Metafísica             

 

Metafísica:
Rama de la filosofía cuyo estudio se centra en la naturaleza de la realidad última. La metafísica está dividida en la ontología, que analiza los tipos fundamentales de entidades que componen el Universo, y en la metafísica propiamente dicha, que describe los rasgos más generales de la realidad. Juntos, esos rasgos generales definen la realidad que tal vez pueda caracterizar cualquier Universo. Como aquéllos no son definitorios de éste, sino que son comunes a todos los mundos posibles, la metafísica puede alcanzar el mayor grado de abstracción. La ontología, en cambio, como investiga las divisiones últimas dentro de este Universo, está más relacionada con el plano físico de la experiencia humana.


El término metafísica fue acuñado, alrededor del año 70 a.C., por el filósofo peripatético griego Andrónico de Rodas cuando recopiló y editó los 14 libros de Aristóteles que se encontraban “después de (la) física” (en griego, meta (ta) physica); es decir, los textos aristotélicos dedicados a la primera filosofía, el estudio del ser, que seguían a los que integraban su Física. La palabra adquirió popularmente connotaciones que la hacían remitirse a las cuestiones que trascienden la realidad material. En sentido filosófico, sin embargo, y en particular en oposición a la utilización de la palabra por los ocultistas, la metafísica se aplica a toda realidad y se distingue de otras formas de investigación por su generalidad. Los temas tratados en la Metafísica de Aristóteles (sustancia, causalidad, naturaleza del ser y existencia de Dios) fijaron el que durante siglos sería principal contenido de la especulación metafísica. Entre los filósofos del escolasticismo medieval, la metafísica era conocida como la “ciencia transfísica”. Suponían que, a través de ella, el estudioso podría hacer la transición filosófica desde el orden físico hasta un mundo más allá del sentido de la percepción. En el siglo XIII santo Tomás de Aquino declaró que el propósito de la metafísica era la cognición de Dios a través de un estudio causal de los seres finitos sensibles. Durante el siglo XVI, debido al desarrollo de los estudios científicos, la reconciliación entre ciencia y fe en Dios se convirtió en un problema cada vez más importante.

Metafísica anterior a Kant:
Con anterioridad a la aparición del pensamiento del filósofo alemán Immanuel Kant, la metafísica se caracterizaba por su tendencia a elaborar teorías sobre la base del conocimiento a priori, es decir, el saber que se deriva sólo de la razón, para diferenciarlo del conocimiento a posteriori, que se adquiere por los hechos de la experiencia. Del conocimiento a priori se deducían proposiciones generales que eran consideradas verdad de todas las cosas. El método de investigación basado en principios apriorísticos se conoce como racionalismo. Este método puede subdividirse en el monismo (que mantiene que el Universo está constituido por una única sustancia fundamental), el dualismo (o creencia en dos sustancias de esta clase) y el pluralismo (que propone la existencia de muchas sustancias fundamentales). 3.1 Monismo Aunque coincidían en que sólo existe una sustancia básica, las distintas escuelas monistas diferían en la descripción de sus características principales. Así, el “monismo idealista” aseguraba que la sustancia es mental, el “monismo materialista” afirmaba que sólo es física y el “monismo neutro” consideraba que no es ni sólo mental ni sólo física. La posición idealista fue sostenida por el filósofo irlandés George Berkeley, la materialista por el inglés Thomas Hobbes y la neutral por el filósofo holandés Baruch Spinoza. Este último expuso una visión panteísta de la realidad en la que el Universo es idéntico a Dios y cada cosa contiene la sustancia de Dios. 3.2 Dualismo El representante más destacado del dualismo filosófico fue el pensador francés René Descartes, autor de Meditaciones metafísicas (1641). Según sus teorías, el cuerpo y el alma son entidades diferentes (“substancialmente unidas” en el hombre) y constituyen las únicas sustancias fundamentales del Universo. El dualismo, sin embargo, no explicaba cómo están conectadas esas dos entidades básicas. 3.3 Pluralismo En la obra del filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz, el Universo consiste en un número infinito de sustancias distintas o “mónadas”. Esta idea es pluralista en el sentido de que propone la existencia de muchas entidades separadas, y es monista en tanto que afirma que cada mónada refleja, de una forma global en su interior, el Universo. 3.4 Empirismo Otros filósofos han sostenido que el conocimiento de la realidad no se deriva de principios a priori, sino que se obtiene sólo a partir de la experiencia. Este tipo de metafísica se llama empirismo. Otra escuela de filosofía, incluso, ha mantenido que, aunque existe una realidad última, es del todo inaccesible al conocimiento humano, que es subjetivo por su propia naturaleza y que está limitado a los estados de la mente. El conocimiento no es, por lo tanto, una representación de una realidad externa sino sólo un reflejo de las percepciones humanas. Esta idea se conoce como escepticismo o agnosticismo con respecto al alma humana y a la realidad de Dios.

Metafísica de Kant:
Kant compaginó en su obra algunos de los puntos de vista más importantes y elaboró una filosofía crítica distinta, llamada trascendentalismo. Su filosofía es agnóstica en tanto que niega la posibilidad de un conocimiento estricto de la realidad última; es empírica en la medida en que afirma que todo conocimiento surge de la experiencia y es objeto de la experiencia real y posible; y es racionalista puesto que mantiene el carácter a priori de los principios estructurales de este conocimiento empírico. Esos principios se consideran necesarios y universales en su aplicación a la experiencia, ya que, según la idea de Kant, la mente aporta las formas y categorías arquetípicas (espacio, tiempo, causalidad, sustancia y relación) a sus sensaciones, y esas categorías son, desde una perspectiva lógica, anteriores a la experiencia, aunque sólo manifestadas en la experiencia. Su lógica anterioridad a la experiencia hace que estas categorías o principios estructurales sean trascendentales; trascienden toda experiencia, tanto la real como la posible. Aunque estos principios determinan toda experiencia, en ningún caso afectan a la naturaleza de las cosas en sí mismas. El conocimiento de que estos principios son las condiciones necesarias no tiene que considerarse, por lo tanto, como constitutivo de la revelación de las cosas tal y como son. Este conocimiento trata de las cosas en la medida en que aparecen a la percepción humana o en que pueden ser aprehendidas por los sentidos. El razonamiento mediante el cual Kant buscaba fijar los límites del conocimiento dentro del marco de la experiencia, y demostrar así la incapacidad de la mente humana para llegar más allá de la experiencia sólo mediante el conocimiento en el terreno de la realidad última, constituye el rasgo crítico de su filosofía, recogida en Crítica de la razón pura (1781), Crítica de la razón práctica (1788) y Crítica del juicio (1790). Por el argumento desarrollado en la segunda de las citadas obras, Kant intentó también reconciliar ciencia y religión en un mundo de dos niveles, que incluyen los noumena, objetos concebidos por la razón aunque no percibidos por los sentidos, y los phenomena, las cosas tal y como aparecen a los sentidos y que son accesibles al estudio material. Mantenía que, como Dios, la libertad y la inmortalidad humana son realidades noumenales y que estos conceptos se asimilan a través de la fe moral y no a través del conocimiento científico. Con el continuo desarrollo de la ciencia, la expansión de la metafísica para englobar e integrar el conocimiento y los métodos científicos se convirtió en uno de los mayores objetivos de los metafísicos.

La metafísica a partir de Kant:
Algunos de los seguidores más importantes de Kant, en especial Johann Gottlieb Fichte, Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling, Georg Wilhelm Friedrich Hegel y Friedrich Ernst Daniel Schleiermacher negaron la crítica de Kant en las explicaciones a su metafísica trascendental y rechazaron el concepto kantiano de las cosas en-sí-mismas. En síntesis, desarrollaron un idealismo absoluto en oposición al trascendentalismo crítico de Kant. Desde la formación de la hipótesis del idealismo absoluto, el desarrollo de la metafísica desembocó en muchas clases de teorías metafísicas al igual que existían en la filosofía prekantiana, a pesar de que Kant creía haber fijado con carácter definitivo los límites de la especulación filosófica. Entre estas últimas teorías metafísicas sobresalen el empirismo radical o pragmatismo (modalidad metafísica expuesta en Estados Unidos por Charles Sanders Peirce, desarrollada por William James y adaptada como instrumentalismo por John Dewey), el voluntarismo (cuyos máximos representantes fueron el filósofo alemán Arthur Schopenhauer y el estadounidense Josiah Royce), el fenomenalismo (patente en los escritos del pensador francés Auguste Comte y del filósofo británico Herbert Spencer), la evolución emergente o evolución creativa (definida por el francés Henri Bergson) y la filosofía del organismo (elaborada por el matemático y filósofo británico Alfred North Whitehead). Las doctrinas más destacadas del pragmatismo consisten en que la función principal del pensamiento es guiar la acción, en que el significado de los conceptos tiene que buscarse en sus aplicaciones y en que la verdad tendría que comprobarse a través de los efectos prácticos de la idea. Según el instrumentalismo, las ideas son instrumentos de acción y su verdad está determinada por su papel en la experiencia humana. En la teoría del voluntarismo, la voluntad queda presentada como la manifestación suprema de la realidad. Los seguidores del fenomenalismo, también llamados positivistas, sostienen que cada cosa puede ser analizada en términos de acontecimientos reales o posibles, o fenómenos, y que lo que de esta forma no puede ser analizado no puede ser tampoco entendido. En la evolución emergente o creativa, el proceso evolutivo se define como espontáneo e imprevisible en vez de determinado de manera mecanicista. La filosofía del organismo combina el acento evolutivo en el proceso constante con la teoría metafísica de Dios, los objetos eternos y la creatividad.

Tendencias contemporáneas:
En el siglo XX, la validez del pensamiento metafísico ha sido discutida por los representantes de la filosofía analítica (o positivistas lógicos) y por los seguidores del marxismo y del materialismo dialéctico. El principio básico que mantienen los positivistas lógicos es la verificación del significado. Según esta teoría, un enunciado tiene significado real sólo si pasa la prueba de la observación. Los positivistas lógicos afirman que expresiones metafísicas como “nada existe excepto partículas materiales” y “todo es parte de un espíritu que lo abarca todo” no pueden ser probadas siguiendo un procedimiento empírico. Por lo tanto, según la teoría de comprobación del significado, estas expresiones no poseen significado real cognitivo, aunque pueden tener un significado emotivo importante para las esperanzas y sentimientos de los hombres. Los materialistas dialécticos mantienen que la mente está condicionada por la realidad material y la refleja. Por lo tanto, las especulaciones que conciben que la mente tiene otra cosa que realidad material son ellas mismas irreales y sólo pueden producir engaño. Los metafísicos responden a estas afirmaciones negando la adecuación de la teoría comprobable de los sentidos y de la percepción material como el patrón de la realidad. Mantienen que tanto el positivismo lógico como el materialismo dialéctico ocultan suposiciones metafísicas; por ejemplo, que todo es observable o por lo menos relacionado con algo observable y que la mente no tiene vida autónoma. En el movimiento conocido como existencialismo, los pensadores han sostenido que las cuestiones de la naturaleza del ser y de las relaciones individuales con éste son muy importantes y significativas en términos de la vida humana. El estudio de estas cuestiones, por lo tanto, se considera válido con independencia de que sus resultados puedan ser o no verificados en un plano objetivo. Desde 1950 los problemas de la metafísica analítica sistemática han sido estudiados por los británicos Stuart Newton Hampshire y Peter Frederick Strawson, el primero interesado, al igual que Spinoza, por la relación entre pensamiento y acción, y el segundo, del mismo modo que Kant, en describir las categorías más importantes de la experiencia tal y como es recogida en el lenguaje. En Estados Unidos la metafísica se ha estudiado más en consonancia con el espíritu del positivismo por Wilfred Stalker Sellars y Willard van Orman Quine. Sellars ha intentado expresar las cuestiones metafísicas en términos lingüísticos, y Quine plantea determinar si la estructura del lenguaje obliga al filósofo a afirmar la existencia de entidades cualesquiera que sean éstas y, si fuera así, de cualquier tipo. En estas nuevas formulaciones, la metafísica y la ontología siguen siendo vitales. En el ámbito de la filosofía europea continental, autores como Emmanuel Levinas o Nicolai Hartmann propusieron nuevas perspectivas de reflexión metafísica centradas, respectivamente, en la ética y en la ontología.


Tiempo cíclico:
Quizás no exista un concepto tan familiar y corriente, y que a su vez esconda tantos enigmas y paradojas, como es el de tiempo. Alguno puede pensar que examinar su naturaleza es simplemente tener ganas de discutir; pero, como veremos, cuanto más se investiga sobre este concepto, más perplejos nos quedamos a causa de su inmensa complejidad. Cuando se intenta describir lo que los humanos llamamos tiempo, frecuentemente se llega a una confusión, acorde a la sinuosa y difusa naturaleza de este término. Se puede notar tal desconcierto en las célebres palabras de San Agustín cuando, por fines del siglo IV, cuestionó: ¿Qué es, pues, el tiempo? ¿Quién podrá explicar esto fácil y brevemente? ¿Quién podrá comprenderlo con el pensamiento, para hablar luego de él? Y, sin embargo, ¿qué cosa más familiar y conocida mentamos en nuestras conversaciones que el tiempo? Y cuando hablamos de él, sabemos sin duda qué es, como sabemos o entendemos lo que es cuando lo oímos pronunciar a otro. ¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Confesiones, XI, 14 El deseo por comprender el tiempo ha generado perspectivas muy variadas en las distintas civilizaciones y en los diferentes períodos históricos. Los primeros hombres consideraban fundamentalmente que tiempo era circular. Todo lo que comenzaba se desarrollaba y moría, y el proceso se repetía. A esta concepción, de la que hablaremos en este artículo se la denomina tiempo Cíclico. El concepto de tiempo se desarrolló en la antigüedad, a partir de la contemplación de la finitud, del cambio, de la degeneración, de la vida y muerte, de los ciclos presentes en la naturaleza. La observación de los astros –que surgió mucho antes que la propia Filosofía– fue de gran trascendencia, puesto que motivó a los antiguos a creer que, tal como el Sol y la Luna, todo lo que existe es movimiento cíclico, todo lo que perece luego renace. De hecho, en las grandes civilizaciones, surgió una pasión de carácter artístico, por el afán de medir el transcurso del tiempo, y comprender la estructura de estos ciclos. Por ejemplo, los mayas desarrollaron uno de los calendarios más sofisticados, basado en el conteo ininterrumpido de los días, durante generaciones, y la observación permanente de los astros. Tuvieron la necesidad de determinar un día cero inicial, al que ubicaron en el 13 de agosto de 3114 a.C. -de nuestro calendario-, probablemente por algún suceso astronómico. Lo destacable es que no llevaban una sola cuenta de los días, sino varias, sincronizadas brillantemente entre sí, siendo la más importantes la de 260 días llamada Tzolkin, dividida en 13 meses de 20 días –dado que la numeración maya es en base 20- , y la de 365 llamada Haab, dividida en 18 meses de 20 días también, más otros 5 para completar el ciclo. Combinaban estos dos calendarios, en la llamada Rueda Calendárica, creando un ciclo de 18.980 días (el mínimo común múltiplo de 365 y 260). Es decir que cada 52 años del Haab, se cumplía un ciclo, que podría entenderse como el “siglo maya”. La avidez (u obsesión, quizá) por entender esta cualidad cíclica del tiempo, impulsó notablemente el desarrollo de las civilizaciones antiguas. El florecimiento de la Filosofía en Grecia no fue la excepción. Los primeros griegos pensaban que el transcurrir del tiempo iba desde el caos hacia el cosmos, para luego regresar al caos, y así sucesivamente, en un ciclo eterno. Es decir que todo lo que nace en la naturaleza, se degenera, deviene, y muere, para luego volver a nacer, y repetir el ciclo. En realidad, el concepto de tiempo se desarrolló en la mitología antes que en la filosofía. Tal como cuenta la Teogonía de Hesíodo, Cronos, el dios del Tiempo, temía ser destronado por alguno de sus hijos, por lo que los iba devorando sin piedad, uno a uno al nacer. El mensaje que parece querernos transmitir es que el tiempo es una fuerza capaz de destruir a todo aquello que se le interponga. Aunque, como en toda mitología, también se presta para otras interpretaciones. La noción cotidiana que generalmente tenemos sobre el tiempo es, en efecto, aquello que todo lo degenera, que todo lo destruye, como puede ser nuestra propia vida: nacimiento, niñez, adolescencia, adultez, envejecimiento y muerte. En este caso es notorio el pase del cosmos (orden) al caos (desorden). Pero los antiguos le tenían pavor a la finitud; no podían aceptar de ninguna manera que, cuando un evento terminase fuese el definitivo fin, sino que cada final debería ser causa del comienzo de un nuevo suceso. Esto condujo a que, en la mayoría de las civilizaciones, surgiera la idea del la reencarnación o la nueva vida después de la muerte. Uno de los más antiguos filósofos griegos, considerado también como el primero de la historia fue Tales de Mileto (sí, el del teorema matemático). Nacido entre los años 639 y 624 a.C., argumentaba que el Agua es el arjé u origen, esencia y causa de todas las cosas, en la que se cree, fue la primera explicación significativa del mundo físico. Tales reflexiona que el agua es la condición de la vida, del desarrollo, del cambio en el mundo. No existe la materia inerte, todo está vivo; y es el agua el fundamento que impulsa la naturaleza y le da sentido al transcurrir del tiempo. De este hombre no se conservan escritos; de hecho, se cree que su filosofía fue transmitida sólo oralmente. Pero sí tenemos datos indirectos, gracias a las menciones que hicieron de él, entre otros, Aristóteles y Diógenes Laercio. Éste último, en su obra “Vidas de los más ilustres filósofos griegos”, atribuye estas dos grandes frases a Tales: Lo más grande es el espacio, porque lo encierra todo. Lo más sabio es el tiempo, porque esclarece todo. Uno de los discípulos de Tales fue Anaximandro, que nació por 610 a.C. Él fue un extraordinario pensador y, como ahora veremos, un gran exponente de la concepción cíclica del tiempo. Anaximandro tenía una interpretación del origen del todo más abstracta e interesante que la de Tales. Para él, no se trataba de ninguno de los cuatro elementos de la naturaleza –agua, tierra, fuego y aire-, sino de algo indefinido o infinito, a lo que llamó ápeiron. Porque la razón última de la existencia de las cosas materiales, no podría ser justamente algo material, como el agua o el aire, sino que debía ser algo indefinido, infinito y atemporal. Ahora bien, todo lo se desprende del ápeiron, todo lo que en la naturaleza nace, se separa de este infinito e inmutable, para así comenzar a experimentar temporalidad; desde entonces, está condenado al cambio, a la mutación, así como a la destrucción y desaparición, para luego volver a surgir en un ciclo continuo, como Simplicio nos cuenta: Anaximandro dijo que el “principio” y el elemento de todas las cosas es “lo infinito”. Ahora bien, a partir de donde hay generación para las cosas, hacia allí también se produce la destrucción, según la necesidad [...] de acuerdo con la disposición del tiempo. Es sorprendente que estas consideraciones condujeron a Anaximandro a adelantarse una enorme cantidad de siglos, a la teoría de la evolución de las especies. Según él, todas las cosas tienen un origen común (el ápeiron), es decir, toda la existencia de los seres vivos se reduce a un ancestro común, tal como Plutarco señala: [Anaximandro] Dice además que el hombre, originariamente, surgió de animales de otras especies, porque las demás especies se alimentan pronto por sí mismas, y sólo el hombre necesita de un largo período de crianza. Por ello, si originariamente hubiera sido como es [ahora], no hubiera podido sobrevivir. Otra conclusión que extrajo este filósofo, es que debe existir una multiplicidad de mundos, esto es, que el nuestro no es el único. Él nos dice que a partir del ápeiron se generan todos los cielos y los mundos que hay bajo ellos. Esos infinitos mundos nacen, duran un tiempo limitado y luego se disuelven, para después volver a nacer, en un movimiento eterno. Todo lo que llega a ser cosmos (orden), debe culminar en el caos (desorden), y repetir el ciclo hasta la infinidad. Sin embargo, es muy importante diferenciar los conceptos de tiempo Cíclico con el de Eternidad, y no confundirlos al considerar infinita la duración de ambos. Porque este último se refiere a la no degeneración, al no cambio, al no ciclo, sino un a tiempo que no tiene principio ni fin, y que también es interpretado como un no-tiempo. Del origen de este concepto tan pantanoso, que tiene implicaciones profundas y abstractas, y que se contrapone drásticamente con lo visto hoy, hablaremos en la próxima entrada. Las épocas cambian, y hoy nos pueden parecer extrañas o tal vez ingenuas las afirmaciones de los antiguos; pero la grandeza y riqueza de los filósofos griegos no reside en la veracidad de sus teorías, sino en el modo en que pensaron y filosofaron en busca de la razón, en busca de comprender el mundo, desligándose de los mitos y ligándose a la investigación crítica. (L.G.Cantarutti - eltamiz.com)

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