Notas:
Jaime Janer Robinson, marino y científico (1884-1924):
Sale a la luz la biografía que Agustín Rodríguez González dedica a la figura de Jaime Janer.
El historiador de la Marina española, Agustín Ramón Rodríguez González, ha realizado aportaciones decisivas acerca de los grandes pioneros españoles con sus trabajos sobre Cosme García e Isaac Peral, entre otros. Ahora publica la primera biografía del extraordinario marino y científico español Jaime Janer Robinsón (11.8.1884-3.3.1924) y con tal motivo le entrevistamos.
Pregunta: Don Agustín, ¿por qué le interesó la figura de Jaime Janer?
Respuesta: Porque fue un gran regeneracionista y como tantos precursores españoles, su memoria había sido injustamente olvidada; tanto que se le discutió el nombre de una calle en Marín, que tenía dedicada desde su muerte.
P: ¿Cómo fueron los años de formación de Janer?
R: Nació en Savannah (Georgia, EE.UU), hijo de Federico Janer y Macías, Cónsul de España en esa ciudad, y de Ana Robinson, ciudadana norteamericana hija de irlandeses. Su padre tuvo distintos destinos (Liverpool, Túnez, Lisboa, etc.) así que la familia, dirigida por la madre, se instaló en Madrid. Ingresó en la Escuela Naval en 1899, concluyendo sus estudios precozmente, con sólo 18 años. Más tarde amplió estudios en la Escuela de Torpedos de Cartagena y en la de Artillería de Costa. Esos estudios abarcaban desde las armas submarinas como minas y torpedos, los explosivos y los aparatos eléctricos para operarlos, hasta el tiro de cañón. con todas las disciplinas anejas: Física, Matemáticas, Aerodinámica, etc.
P: ¿Por qué eligió ser marino?
R: Desde niño quiso ser marino e ingresó en la Armada justo después de la derrota del 98. Su ilusión declarada era contribuir con todas sus fuerzas al renacimiento de la Armada Española, en particular en el ámbito científico y técnico. Los marinos habían sido la élite científica española del siglo XVIII y en el siglo XIX la Marina siguió proporcionando ejemplos de marinos ilustrados como Isaac Peral, José Luis Díez, Fernando Villaamil o Joaquín Bustamante, que no sólo pretendían dotar de nuevas y poderosas armas a su Patria, sino contribuir con sus estudios al desarrollo general del país. Los citados marinos del siglo XIX, fueron los adelantados de la electricidad, diseñando y construyendo muchas de las primeras instalaciones españolas de luz, teléfono o motores eléctricos.
P: ¿Qué aportaciones le debemos a Janer?
R: Su primera labor fue pedagógica y de difusión de lo que llamamos radio, la “telegrafía sin hilos” que popularizó Marconi a partir de su primer mensaje trasatlántico en 1901. En España desde 1903 se empezaron a realizar instalaciones en barcos, pero faltaba el personal adecuado para servir los equipos. Janer tradujo la primera obra básica, en inglés, “Wireless Telegraphy”, manual de instrucciones, que completó con toda una descripción de la teoría, técnica y funcionamiento de los aparatos. Tuvo que inventarse palabras para traducir términos que por aquel entonces no existían en español, e instaló y reparó los pocos equipos que entonces había. Formó parte de la delegación española en el primer congreso internacional que reguló la radio, el de Londres de 1912.
P: ¿Inventó algo más Janer?
R: Tanto Jaime Janer como Leonardo Torres Quevedo se dieron cuenta de las posibilidades que ofrecían las ondas de radio. Torres Quevedo fue el creador del “telekino”, el primer mando a distancia (o por control remoto) del mundo. Ambos, en 1906 presentaron sendos proyectos de dirección de torpedos a distancia, pero fueron rechazados por comisiones que apenas entendían sus propuestas...Y en muchas otras cuestiones Janer fue el entusiasta impulsor de nuevas técnicas, desde la aviación a los "war games" para formar al personal.
P: He leído en su libro que Janer revolucionó el tiro artillero. ¿A qué se refiere?
R: Se debe a Janer luna de las primera direcciones de tiro. Los cañones de entonces ya conseguían lanzar proyectiles a más de diez kilómetros pero los métodos de puntería no habían variado apenas desde Trafalgar, por lo que los cañones sólo hacían blanco a menos de tres ml metros. Al principio la superioridad le negó cualquier apoyo, prefiriendo un sistema inferior, británico. Pasaron años que él dedicó a realizar viajes y publicaciones. Se casó y figuró entre los fundadores de los Boy Scouts españoles. En 1913 empezó a imponer sus criterios en el ámbito de la dirección de tiro, cuando fue destinado al nuevo acorazado “España”, primero de los “dreadnoughts” españoles. Se trataba de buques que podían aprovechar los nuevos sistemas de tiro y alcanzar a sus enemigos desde distancias más del triple que las anteriores y con mucha mayor contundencia. Nombrado director de tiro del acorazado, se hicieron evidentes las ventajas de sus estudios y trabajos. En 1915 publicó tres manuales sobre el nuevo tiro naval, e incorporando los avances y experiencias de la Primera Guerra Mundial, su gran obra Balística Exterior, telemetría y tiro naval, de 1919, obra clásica durante muchos años sobre la cuestión.
Ya consagrado, recibió el encargo de crear en Marín, Pontevedra una Escuela y Polígono de Tiro Naval, que se convirtió en uno de los centros más adelantados del mundo en esa especialidad. En 1922 publicó otro clásico, La estereofotogrametría y su aplicación a la calibración de la artillería, en la que la fotografía instantánea era un poderoso auxiliar, fue su libro número 11.
P: ¿Qué puede contarnos acerca de su muerte?
R: El 3 de marzo de 1924, durante la guerra de Marruecos, un cañonazo marroquí puso término a su vida... Contaba 39 años. Fue enterrado con todos los honores en Ceuta. El ayuntamiento de Marín, en sesión extraordinaria dedició colocar su retrato en el Salón de Plenos, poner su nombre a la avenida principal de la localidad y pedir a la Armada el traslado de sus restos al Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, en reconocimiento a su gran labor. Para esto último hubo que esperar ¡42 años! Desde 1966 Janer reposa en dicho Panteón.
Referencia
Agustín Ramón Rodríguez González. Jaime Janer Robinson: Ciencia y Técnica para la reconstrucción de la Armada, Ediciones Navalmil, Madrid, 2012, Introducción del almirante Marcial Gamboa, Prólogo del capitán de navío Angel Liberal.
(Luis Español, 2013 | suite101.net)
El soldado y hermeneuta Bernal Díaz del Castillo
Bernal Díaz del Castillo, soldado y escritor español, escribió la “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, “con la ayuda de Dios con recta verdad”, a pesar de no “tener elocuencia y retórica en el decir". En la “Historia verdadera” se nos presenta una concepción de la Historia distinta a la concepción dominante en la época. A pesar de que se concibió como un hombre que no estaba versado en retórica y elocuencia, conoció muy bien los modelos textuales de la época e hizo uso de ellos para realizar sus proyectos.
La motivación de Bernal Díaz
Díaz del Castillo sostiene que la meta de su obra es destacar la participación de los soldados que sirvieron al capitán Hernando Cortés. Ya que las hazañas de estos “valerosos capitanes” son “dinas” y “no merecen poner en el olvido”. Su narración nos revela los conflictos que los conquistadores del Nuevo Mundo al enfrentarse a pueblos y realidades desconocidas para ellos. El narrador reconoce y describe distintos conflictos o contradicciones.
Microcosmos y Macrocosmos
Las abundantes descripciones del espacio interno y externo del narrador son rasgos característicos del arte renacentista y del pensamiento moderno. El conocimiento del mundo por medio de la experiencia, enlaza con la importancia de la perspectiva y el reconocimiento de la existencia de otras formas de ver la realidad que comenzaron a ser prácticas habituales en los inicios de la Edad Moderna como consecuencia de la expansión geográfica y los avances científicos. En la Literatura, al igual que en la pintura, también se comenzó a dar un fenómeno similar, al convertirse en testigo por excelencia de esta nueva concepción espacial renacentista mediante la inclusión de un nuevo procedimiento conocido como imágenes situacionales. La Historia verdadera ejemplifica la relación del narrador con el espacio y las personas que lo rodean, coincidiendo con la aparición de nuevas formas de representación de la realidad.
El que Bernal Díaz recuerde los eventos de la conquista de México con menor o mayor detalle se debe a la valoración y significado que él le otorga. En esa mirada retrospectiva, Bernal Díaz, un hombre sin elocuencia, según él mismo afirma, recurre a las imágenes percibidas del pasado filtradas a través de su modelo cultural. En su obra se subordina a la descripción “verdadera” y detallada de todos los eventos en los que participó, descartando los que no son de interés para su finalidad.
El hermeneuta Bernal Díaz del Castillo:
En su obra, Díaz del Catillo, registra numerosos conflictos. Pepa Horno Goicoechea define los conflictos como contradicciones culturales, económicas, políticas y sociales, y que pueden, en muchos casos, ser responsables de angustia y sufrimiento. Los conflictos y las imágenes son proyecciones del mundo interno del narrador y constituyen la materia de la que está hecha su obra.
La Historia de la conquista de nuestro continente está sembrada de conflictos, básicamente es una narración de conflictos entre “nosotros” y “otros”:
“…Después destas guerras volví segunda vez la isla de Cuba, con otro capitán que se decía Joan Grijalba, y tuvimos otros grandes rencuentros de guerra con los mismos indios del pueblo de Chanpoton, y en estas segundas batallas nos mataron muchos soldados, y desde aquel pueblo fuimos descubriendo la costa adelante, hasta llegar a la Nueva España”
Capítulo I de la Historia verdadera de Bernal Díaz
Los conflictos detonan emociones poderosas e incentivan la creación de imágenes y relatos, que varían en cada etapa social e individual. Cuando un conflicto no se resuelve este permanece latente y se manifiesta, generalmente, en forma de agresividad.
En la “Historia verdadera” vemos cómo la agresividad se manifestó en los procesos históricos de la conquista del Nuevo Mundo. La agresividad se incorporó en las prácticas culturales de los conquistadores y en las relaciones sociales:
“…Y también había diferencias entre el mesmo gobernador con un hidalgo que en aquella sazón estaba por capitán y había conquistado aquella provincia, el cual se decía Vasco Núñez de Balboa, hombre rico, con quien Pedrería Dávila casó una su hija, que se decía doña Fulana Arias de Peñalosa, y después que la hubo desposado , según paresció y sobre sospechas que tuvo del yerno se quería alzar una copia de soldados, para irse para la mar del Sur, y por sentencia le mandó degollar y hacer justicia”.
(Capítulo I de la Historia verdadera, de Bernal Díaz)
“…Y como Cortés supo aquella respuesta, de presto dio un mandamiento a un alguacil, y con cuatro a caballo y cinco indios principales de Tezcuco que fuesen muy en posta y doquiera que lo alcanzasen lo ahorcasen, y dijo: “Ya en este cacique no hay enmienda, sino que siempre nos ha de ser traidor y malo y de malos consejos”, y que no era tiempo para más le sufrir disimulo de lo pasado.”
(Capítulo CL de la Historia verdadera, de Bernal Díaz)
Las experiencias del escritor son narradas con una carga emocional que las hace significativas, no sólo desde un punto de vista subjetivo, sino también desde un punto de vista social. Díaz del Castillo, no sólo recrea en su ficción literaria los conflictos ocurridos durante la conquista de México, sino que los interpreta y dota de significados:
“…Digamos agora lo que los mejicanos hacían de noche en sus grandes y altos cues, y es que tañían el maldito atambor, que digo otra vez que era el más maldito sonido y más triste que se podía inventar, y sonaba lejos tierras, y tañían otros peores instrumentos y cosas diabólicas, y tenían grandes lumbres, y daban grandísimos gritos e silbos; y en aquel instante estaban sacrificando nuestros compañeros de los que habían tomado a Cortés, que diez días arreo acabaron de sacrificar a todos nuestros soldados, y al postrero dejaron a Cristóbal de Guzmán, que vivo lo tuvieron doce o trece días, según dijeron tres capitanes mejicanos que prendimos, y cuando los sacrificaban, entonces hablaba su Huichilobos con ellos y les prometía vitoria, y que habíamos de ser muertos a sus manos…”
(Capítulo CL de la Historia verdadera, de Bernal Díaz)
(Marcelo Irace, 2013 | suite101.net)
Reseña de «La leyenda negra», los orígenes de la marca España
En 1913, el políglota, historiador, intérprete y gran viajero Julián Juderías ganó con un ensayo sobre la historia de España un concurso organizado por la revista La Ilustración Española y Americana. Un año después lo publicaría, ampliado, con el título La leyenda negra. En 1917, durante la Primera Guerra Mundial, se volvería a editar con capítulo añadido y un nuevo prólogo: "Esta guerra, en la cual se destruyen con saña indescriptible las naciones que teníamos por más cultas, ha deshecho no pocas ilusiones. Una idea tan solo aparece robustecida y afianzada por efecto de la tremenda desolación y es la misma que algunos creyeron debilitada si no partida; la idea de Patria".
Las causas de la leyenda negra
"Patria", una palabra, una idea, que por aquel entonces todavía se escribía con mayúscula y cuyo nombre, retomando explícitamente el testigo de Quevedo en su España defendida, Juderías se disponía a limpiar frente a la persistente leyenda negra que ensombrecía la historia de nuestro país. ¿Por qué? Sus causas, para él, estaban muy claras. Ya en el prólogo, en el que dedica la obra al rey Alfonso XIII, las explica:
"...mientras una de ellas consiste, como indica muy acertadamente la Historia Universal, de Lavisse y Rambaud, en haberse indispuesto España con los pueblos que crean la opinión pública en Europa: Francia, Inglaterra, Holanda, Alemania; otra es el desdén demostrado por nosotros hacia nuestra historia y el prejuicio con que hemos visto siempre determinados períodos de ella. Porque, aunque sea triste confesarlo, culpa principalísima de la formación de la leyenda negra la tenemos nosotros mismos (...) porque no hemos estudiado lo nuestro con el interés, con la atención y con el cariño que los extranjeros lo suyo, y careciendo de esta base esencialísima, hemos tenido que aprenderlo en libros escritos por extraños e inspirados, por regla general, en el desdén a España".
La conquista de América:
"No vale en materia de historia recurrir a sofismas y cuando no ya M. Leroy Beaulieu, sino el mismo Chateaubriand y más tarde La Renaudière dijeron que si Francia hubiera descubierto América habría llevado a sus pueblos una civilización más adelantada que la de los fanáticos y atrasados españoles, cuentan o, mejor dicho, contaban indudablemente con la ignorancia de sus lectores, pues nadie podrá demostrar que la Francia de Luis XI, ni la de Carlos VIII, ni siquiera la de Luis XII, pudieran compararse en poderío y en riqueza con las Coronas de Castilla y Aragón, unidas bajo el cetro de los Reyes Católicos".
La conquista tuvo episodios brutales que asombran tanto por las proezas como por las crueldades cometidas. Pero quienes critican la actuación en América por parte de los españoles de entonces olvidan, normalmente, que, al menos legalmente, no eran consideradas colonias sino provincias de pleno derecho. Que, según Juderías, se respetó más que en otros colonias como las inglesas del norte, a los pobladores autóctonos. Y que se construyeron universidades y se desarrolló la industria y el comercio.
"¿Dónde está, pues, la tiranía económica de España, ni cómo pueden acusarnos de haberla ejercido los ingleses que hasta fines del siglo XVIII sostuvieron el criterio de que no debía fabricarse nada en sus colonias americanas para no perjudicar los intereses de las industrias de la metrópoli? ¿No pidieron ya en el siglo XVI las Cortes de Castilla que se reprimiese la exportación a América, puesto que teniendo aquellas colonias primeras materias abundantes y hábiles artífices podían bastarse a sí mismas sin necesidad de la madre Patria?".
La Inquisición:
Otro, si no el principal, de los aspectos en los que se basaba la leyenda negra que oscurecía nuestra historia era el fanatismo religioso, ejemplificado principalmente en el Tribunal de La Santa Inquisición. Juderías demuestra, con los datos en la mano (y no es el único), que no fue aquí ni fue este (por otro lado ominoso) tribunal el que más víctimas añadió al altar de la intolerancia religiosa. Los ingleses en Irlanda, los americanos con su caza de brujas o los franceses con la persecución a los hugonotes dejaron muy atrás al número de víctimas de la Inquisición. Pero fue esta la que perpetuó la fama del fanatismo español y la que permaneció en la memoria como el mayor y más injusto tribunal de las conciencias.
"Estas afirmaciones y otras parecidas no responden a la verdad histórica. Digamos: fuímos, sí, un país intolerante y fanático en una época en que todos los pueblos de Europa eran intolerantes y fanáticos; quemamos herejes cuando los quemaban en Francia, cuando en Alemania se perseguían unos a otros en nombre de la libertad de conciencia, cuando Lutero azuzaba a los nobles contra los campesinos sublevados, cuando Calvino denunciaba a Servet a la Inquisición católica de Vienne y luego le quemaba por hereje; quemamos a las brujas cuando todos sin excepción creían en los sortilegios y maleficios, desde Lutero hasta Felipe II; prohibimos la lectura de ciertos libros cuando la Sorbona y el Parlamento de París nos daban el ejemplo quemando solemnemente por mano del verdugo las obras de Lutero y los libros de Mariana; impusimos nuestro criterio a sangre y fuego cuando no se conocían otros procedimientos para la dominación, y colonizamos nuestras posesiones con más miramientos que los extranjeros las suyas".
Juzgar por el retrovisor:
Dice Juderías, pues, que se nos ha juzgado siempre desde el exterior con criterios extemporáneos de la forma más injusta. Como cuando se ridiculizaba a la junta de sabios de la Universidad de Salamanca que aconsejó a la reina Isabel la Católica desechar el proyecto de viajar a las Indias por el oeste:
"Era tan extraordinaria la proposición que hizo Colón a los Reyes y tan temerarios los argumentos en que la apoyaba que lo natural y lo lógico era que en España se le considerase tan visionario y tan loco como en otras partes y los doctores que, reunidos en Salamanca, opinaron en contra de él tuvieron indudablemente razón, puesto que sabiendo cuanto entonces se sabía en materia astronómica, no podían admitir las teorías del futuro Almirante".
La actualidad de "La leyenda negra"
Quien sí que habla en un tono que suena realmente actual es Julián Juderías. En estos momentos en los que nuestros políticos hablan de potenciar la marca España a pesar de que aquí sigue siendo un tópico hablar mal de nuestro país; se gastan enormes cantidades en la promoción exterior de nuestra imagen, tanto para atraer turismo como para exportar nuestros productos; y en los que a nuestros deportistas se les considera un remedo de embajadores honoríficos, sus palabras resuenan casi proféticas:
"No podemos quejarnos, pues, de la leyenda antiespañola. Esta no desaparecerá mientras no nos corrijamos de esos defectos. Sólo se borrará de la memoria de las gentes cuando renazca en nosotros la esperanza de un porvenir mejor, esperanza fundada en el estudio de lo propio y en la conciencia de las propias fuerzas; no en libros extranjeros ni en serviles imitaciones de lo extraño, sino en nosotros mismos, en el tesoro de tradiciones y de energías que nuestros antepasados nos legaron, y cuando creyendo que fuímos, creamos también que podemos volver a ser".
Y continúa: "Sin embargo, en espera de que nos enmendemos de estas faltas, conviene estudiar la leyenda antiespañola y oponer la verdad histórica a las apariencias de verdad, y esto es lo que vamos a hacer en las páginas siguientes". Unas páginas que merece la pena retomar, casi un siglo después, en la semana que celebramos el Día de la Hispanidad.
(Luis Javier García Casas, 2013 | suite101.net)
La Utopía de Tomás Moro
Thomas More, conocido en castellano como Tomás Moro y en latín como Thomas Morus, fue un pensador, político, humanista, poeta, traductor, Lord Canciller de Enrique VIII, profesor de leyes, juez de negocios civiles, abogado y escritor inglés. Fue un miembro del Parlamento inglés, juez y subprefecto de la ciudad de Londres.
Moro viajó por Europa y recibió influencias de Erasmo y los humanistas que trabajaban en las Universidades. En mil quinientos veintiuno fue nombrado caballero. En mil quinientos veinticuatro desempeñó la función de censor y patrón de la Universidad de Oxford y en mil quinientos veinticinco asumió el cargo de censor y patrón de la Universidad de Cambridge. En mil quinientos veintinueve el rey Enrique VIII lo nombró Lord Canciller. En mil quinientos treinta y cinco fue arrestado por haberse negado a prestar el juramento anabaptista, fue declarado traidor en un juicio y el seis de julio de ese mismo año fue condenado a morir. En mil ochocientos ochenta y seis fue beatificado y en mil novecientos treinta y cinco fue canonizado.
"El libro es corto, mas para atenderle como merece, ninguna vida será larga; escribió poco y dixo mucho..." Don Francisco de Quevedo.
Tomás Moro fue el autor de la obra “De optimo Republicae Statu déque Nova Insula Utopía”, minuciosa descripción de una isla ficticia en la que, gracias a innovaciones radicales en las instituciones y en las costumbres sociales, se crea un Estado perfecto y capaz de garantizar a todos los ciudadanos bienestar, felicidad e igualdad. De optimo Republicae Statu déque Nova Insula Utopía presenta un esquema narrativo distinto a las novelas y diálogos filosóficas de la época. Este esquema narrativo se repitió en una gran cantidad de textos, dando origen al género literario-filosófico, los ejemplos más conocidos son la “Ciudad del Sol”, de T. Campanella, y la “Nueva Atlántida” de Francis Bacon.
La palabra Utopía fue concebida por Tomás Moro en su obra “De optimo Republicae Statu déque Nova Insula Utopía”. Esta palabra se refiere a la representación de un mundo idealizado que se presenta como una alternativa al mundo existente. Este término fue incorporado al lenguaje científico, político, económico, filosófico, e incluso es usado en situaciones de la comunicación cotidianas para denominar un proyecto incapaz de ser puesto en práctica. Esta definición ha sido aceptada de manera casi unánime. Por ejemplo, en el diccionario de la Real Academia Española se define a la utopía como un “Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”. La palabra ha perdido su contenido original y ha sido remplazado por otro contenido distinto. Una utopía es un ideal viable, difícil de acceder, pero no imposible, que impulsa a los hombres a perfeccionarse.
Tomás Moro describe a Utopía como una isla rodeada de numerosos obstáculos creados por la naturaleza y por sus habitantes. A pesar de estar rodeada de rocas y escollos Utopía no es inaccesible:
Entre estos brazos se forma como a manera de un lago apacible, quedando un refugio muy bien acomodado, desde el que pueden mandar sus flotas a otras regiones y países. Hay muchos escollos ocultos (y por tanto muy peligrosos) de los que solamente tienen conocimiento los prácticos, de lo que resulta que muy raramente puede pasarlos ninguna nave extranjera que no esté guiada por uno de Utopía. Y si pretende entrar sin guiarse por ciertas señales que hay en la playa, cualquier armada enemiga embarcará.
Utopía es un mundo virtual creado por Tomás Moro, este mundo está poblado por numerosos personajes que desempeñan distintos roles, a través de estos personajes Moro propone diferentes prácticas para mejorar su mundo y plantea distintas críticas a la sociedad inglesa del siglo XVI. En Utopía no existen conflictos políticos y guerras religiosas, porque sus habitantes están dedicados al perfeccionamiento del arte y la ciencia. Tomás Moro fue un pensador platónico que abordó en su obra “De optimo Republicae Statu déque Nova Insula Utopía” distintos planteos sobre la organización de un Estado ideal. Las corrientes humanistas del Renacimiento, revitalizaron las enseñanzas de los pensadores griegos, exaltaron la grandeza del hombre y reclamaron del mismo un esfuerzo constante para realizar la más alta perfección de las relaciones humanas. Tomás Moro estaba en desacuerdo con los pensadores humanistas que propugnaban que las acciones humanas eran “bondadosas” y “benignas”. Su interpretación crítica e historicista de la cultura grecorromana y de la sociedad inglesa del siglo XVI lo convirtió en un enemigo público
Durante los siglos XV y XVI los pueblos de Europa compartieron el proyecto político de emular el imperio grecorromano, que había logrado unificar territorios, pero también sistemas de creencias, religiones y lenguas. En su obra presenta una sociedad que ha materializado los proyectos políticos de los reinos de Europa:
Hay, en la isla, cincuenta y cuatro ciudades, todas las cuales tienen en común el idioma, las instituciones y las leyes; y se puede decir que todas ellas están construidas bajo el mismo modelo, en cuanto lo permite el terreno. La distancia media entre ellas es, de unos veinte kilómetros, y ninguna está tan apartada de la más próxima, que en una jornada un peatón no pueda desplazarse de una a otra.
Conclusión
Moro vivió una época de importantes transformaciones culturales y políticas: la transición de la Edad Media a la Modernidad; el descubrimiento y conquista de América y la Reforma Cristiana; y una revolución científica y teológica protagonizada por los grupos que no detentaban el poder. Él estuvo en desacuerdo con la decisión del rey Enrique VIII de fundar la iglesia Anglicana y defendió su creencia contra reformista y sus ideales políticos hasta su ejecución el seis de julio de mil quinientos treinta y cinco. Moro creó un proyecto político, pero no pudo trascender por completo las limitaciones históricas de su tiempo
(Marcelo Irace, 2013 | suite101.net)
Maoríes: City of Edinburgh
En diciembre de 1809 el barco City of Edinburgh echaba el ancla en Whangaroa, una ensenada de la costa norte de Nueva Zelanda formada por playas y manglares. El capitán, Alexander Berry, bajó a tierra en un bote con un grupo de marineros y se acercó al poblado maorí dueño de esa región para retener a dos jefes maoríes como rehenes y negociar así la liberación de cuatro prisioneros blancos que había en el poblado. Ambas partes llevaron a cabo el intercambio sin incidencias y el navío continuó su viaje, pero detrás de aquel final aparentemente feliz para todos había una espeluznante historia: la conocida como Masacre del Boyd, que todavía habría de traer consecuencias para los aborígenes.
Boyd era el nombre de un bergantín, un velero de dos palos y velas cuadradas que utilizaban tanto la marina de guerra como la mercante, al igual que corsarios y contrabandistas, por su rapidez y maniobrabilidad. Aunque los había más grandes, el Boyd, botado en Inglaterra en 1783, desplazaba trescientas noventa y cinco toneladas y solía transportar una carga muy particular pero habitual por esas latitudes: convictos. Recordemos que las colonias británicas de Oceanía fueron pobladas básicamente con presos que cumplían allí sus penas y luego tenían la opción de quedarse como colonos.
Retrato de Alexander Berry, el marino que rescató a los prisioneros/Foto: dominio público en Wikimedia Commons
Pero en este caso, el capitán John Thompson había zarpado desde Port Jackson, en Sidney (Australia), para dirigirse a Whangaroa con el objetivo de recoger madera de kauri (Agathis australis), un tipo de conífera autóctona cuyo tronco es muy ancho y de gran resistencia, por lo que se utilizaba mucho, entre otras cosas, en la fabricación de mástiles y vergas. El Boyd llevaba a bordo setenta personas, entre marineros, oficiales y algunos pasajeros (exconvictos y gente que regresaba a su Nueva Zelanda natal desde Australia). Precisamente el hijo del jefe maorí de Whangaroa se había enrolado como tripulante y llevaba un año de vida en la mar en varios barcos. Aunque todos le llamaban George, su verdadero nombre era Te Ara y estaba entre los que volvían a su tierra, pero pagándose el pasaje con trabajo. Sería el desencadenante de los trágicos acontecimientos.
Se desconoce la causa exacta, pues hay varias versiones. Según una, el cocinero, al arrojar por la borda la basura, tiró también sin percatarse unas cucharas y luego acusó a Te Ara de haberlas robado para no ser sancionado; otra dice que el maorí se negó a acatar una orden porque estaba enfermo. Sea cual sea la explicación, el caso es que el capitán decidió castigar su desobediencia y mandó azotarle, privándole además de comida. Era una pena frecuente en la dura vida del mar en aquellos tiempos y, de hecho, probablemente el cocinero hubiera recibido una parecida de confirmarse que había perdido los cubiertos. Pero el caso es que Te Ara no era un maorí cualquiera; tenía sangre azul por ser hijo del jefe Te Puhi y consideró aquello una ofensa intolerable.
Cuando desembarcaron en Whangaroa corrió a contárselo a su gente, que ya tenía pocas simpatías hacia los pākehā (forasteros) porque el año anterior unos marineros que habían hecho escala allí habían transmitido una mortal epidemia. Como cabía esperar, la indignación fue generalizada por lo que se consideraba maná, es decir, deshonra, y se convirtió en un clamor el clásico grito ¡Utu!, que significaba venganza. Ésta se sirvió fría, como mandan los cánones: pasaron tres días sin mayor trascendencia pero el último, el jefe Te Puhi guió al capitán, al primer oficial y un equipo de tres hombres hasta la desembocadura del río Kaeo, donde se suponía que abundaba la madera que buscaban; marcharon todos en canoas mientras el Boyd se quedaba fondeado en la bahía.
El abordaje del Boyd por los maoríes disfrazados/Imagen: New Zealand History
De pronto, los maoríes cayeron sobre los británicos y los mataron a todos sin darles tiempo a darse cuenta de lo que ocurría. Los cadáveres fueron llevados al poblado, donde los guerreros llevaron a cabo la ancestral tradición ritual de devorarlos. Esa misma noche se disfrazaron con sus ropas y contando con la oscuridad y la sorpresa como aliadas, abordaron el barco y asesinaron a cuanto marinero encontraron (unos 70). De aquella masacre sólo se libraron cinco tripulantes que lograron encaramarse al trinquete, más la pasajera Ann Morley que viajaba con su bebé y fue apresada en su propio camarote; el grumete Thomas Davis, que se había escondido en la bodega y no fue hallado hasta que se calmaron los ánimos (le perdonaron porque había facilitado comida a Te Ara de forma clandestina durante su castigo); y una niña de tres años llamada Betsy Broughton.
Los cinco marinos del mástil creyeron ver una oportunidad al ver acercarse una gran canoa de otra tribu: era la del jefe Te Pahi, que venía desde Rangihoua para comerciar con Whangaroa. Te Pahi mantenía buenas relaciones con los blancos, habiendo recibido de ellos una medalla y una casa estilo occidental por haber permitido levantar una iglesia en su tierra, así que rescató a los marineros. Pero los asaltantes se percataron e iniciaron una persecución. Les alcanzaron y Te Pahi desembarcó a los británicos en la playa, obligado por los perseguidores. Aquellos desgraciados echaron a correr por la arena pero fueron rápidamente cazados. Sólo dejaron vivo a uno, el segundo oficial, para que les enseñase a hacer anzuelos; después corrió la misma suerte que los demás: muerte y canibalismo.
A continuación, los maoríes trataron de remolcar el barco pero encalló en unos bajíos cercanos a la isla de Motu Wai. Entonces lo saquearon y en la bodega encontraron un cargamento de mosquetes y pólvora. En medio del pandemónium organizado, en el que los guerreros tiraban y esparcían por el suelo cuanto encontraban, el suelo quedó lleno de pólvora esparcida y el jefe Piopio trató de cargar una de las armas. Se prendió una chispa y una tremenda explosión, que mató al jefe instantáneamente junto a otros nueve maoríes, originó un incendio. Entre el maderamen y los barriles de aceite de ballena que también había a bordo, las llamas terminaron enviando a pique al Boyd.
La explosión del Boyd (Louis John Steele)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Tres semanas más tarde, en cuanto se supo lo ocurrido, el City of Edinburgh acudió al rescate, tal como contábamos al principio. El capitán también recuperó la documentación del buque siniestrado y los huesos de los marineros devorados, en los que se apreciaba el horror de las marcas del canibalismo. Como explicó en una carta al gobernador, consciente de que si intentaba llevarse a los jefes retenidos para juzgarlos provocaría una guerra, los liberó limitándose a exigir que fueran destituidos aún sabiendo que no le harían caso; gracias a ello, en efecto, los maoríes no presentaron batalla.
Curiosamente, los británicos rescatados parecían abocados a un mal destino. Tras una serie de tormentas que obligaron al City of Edinburgh a variar su rumbo y recalar en Lima, Ann Morley murió en esa ciudad. Su hijo y la otra niña serían devueltos a Sidney en 1812 (Betsy, por cierto, se casaría con un famoso explorador australiano, Charles Throsby). Por su parte, Thomas Davis regresó a Inglaterra, se convirtió en marinero profesional… y se ahogó en un naufragio en 1822. El mismo City of Edinburgh terminó hundiéndose a la altura de las Azores al poco de los hechos.
Te Pahi/Imagen: Antique Print & Map Room
Pero aún falta un siniestro epílogo a este episodio. En 1810, cinco buques balleneros arribaron a Rangihoua, la tierra del jefe Te Pahi, para vengar el trágico final de sus colegas del Boyd. Lamentablemente confundían a Te Pahi con Te Puhi, el jefe de Whangaroa y verdadero responsable de la matanza. Los marineros exterminaron a más de medio centenar de maoríes y saquearon el lugar, resultando herido el propio Te Pahi; percatándose del porqué del error de sus agresores, se ofreció a llevar a cabo una incursión contra Whangaroa y en ella perdió la vida. La medalla que le había regalado el gobierno fue robada y no se supo de ella hasta que reapareció en 2014 en una casa de subastas de Sidney.
Aquella parte de la costa se consideró maldita por todos: los maoríes le dieron consideración de tapu (o sea, tabú, prohibido) al pecio del Boyd mientras que los blancos ni se acercaron por allí durante años. Además, las dos tribus quedaron enemistadas hasta que tiempo después un célebre misionero llamado Samuel Marsden consiguió que volviera la paz.
(brujulaverde.com)