Inicio  |  Canarias  |  Autores  |  Religión  |  Libros  |  Lugares  |  Sociedad

 

 

     
 

El saber compartido del Velero Estelar:

Interacción indirecta de civilizaciones relatada en Fuentes del paraíso - Arthur C.Clarke (1979). Se trata de una novela que aborda constantemente aspectos técnicos de un novedoso sistema para mejorar el lanzamiento de naves espaciales. El primer interlocutor con que se tropieza la Humanidad es un sistema inteligente artificial de una civilización lejana. Las funciones que tiene asignadas la sonda son semejantes a las de un embajador. El contacto con una civilización mucho más avanzada despierta entusiasmo pero también una prudente aprensión. La hoja de ruta y las prioridades en la comunicación están previamente establecidas por la civilización visitante. La velocidad máxima de las comunicaciones obligan a una espera de muchos años para intercambiar respuestas directamente con los creadores. Transcurridos miles de años desde su construcción, la sonda alienígena ha ido quedando obsoleta respecto al nivel técnico que han ido desarrollando sus creadores. Entre las primeras preguntas suscitadas los temas que destacaban eran aspectos biológicos de la vida y el nivel tecnológico. Más tarde las cuestiones dan un giro filosófico.


El Velero Estelar entra en el sistema solar:
Hacía cien años que se esperaba algo por el estilo, sin que faltaran las falsas alarmas. Sin embargo, cuando por fin se produjo, la humanidad fue tomada por sorpresa. Las señales provenían aproximadamente de Alfa Centauro, y eran tan poderosas que al principio se las tomó como interferencia de los circuitos comerciales comunes. Eso resultó muy incómodo para todos los radioastrónomos, quienes llevaban muchas décadas buscando en el espacio mensajes inteligentes, sobre todo porque habían descartado hacía tiempo el triple sistema de Alfa, Beta y Próxima Centauro como indigno de seria atención. Inmediatamente, todos los radiotelescopios que podían observar el hemisferio sur se enfocaron hacia Centauro. En cuestión de horas se efectuó un descubrimiento aún más sensacional: la señal no provenía del sistema del Centauro, sino de un punto situado a medio grado de distancia. Y ese punto estaba en movimiento. Fue la primera pista hacia la verdad. Cuando ésta quedó confirmada, todas las tareas normales de la humanidad se interrumpieron. La potencia de la señal ya no era sorprendente: su origen estaba dentro del sistema solar y avanzaba en dirección al sol a seiscientos kilómetros por segundo. Los visitantes del espacio, por tanto tiempo temidos y aguardados, acababan de llegar… Sin embargo, el intruso pasó treinta días sin hacer nada. Mientras, pasaba junto a los planetas exteriores trasmitiendo una invariable serie de pulsaciones, como si se limitara a anunciar: «¡Aquí estoy!». No trató de responder a las señales que se le irradiaban, ni reajustó su natural órbita de cometa. A menos que su velocidad anterior hubiera sido muy superior y estuviera aminorándola, su viaje desde el Centauro debía haber durado dos mil años.

Conmoción y expectativas:
Algunos consideraron que esto era tranquilizador, pues sugería que el visitante era una sonda espacial robótica; otros se sintieron desilusionados por el contraste que presentaba, ante el entusiasmo anterior, la falta de seres extraterrestres vivos y auténticos. Todos los medios de comunicación y los parlamentos humanos discutieron hasta el hastío el panorama completo de las posibilidades. Desenterraron y analizaron solemnemente cuanto argumento había empleado la ciencia ficción, desde la llegada de dioses benévolos hasta una invasión de vampiros chupasangre. La empresa Lloyds, de Londres, cobró primas sustanciales a quienes deseaban asegurarse contra cualquier futuro posible, incluyendo casos en los que habría sido muy difícil cobrar un centavo de indemnización.

Trayectoria recorrida:
Al fin, cuando el objeto extraño pasó la órbita de Júpiter, los instrumentos humanos empezaron a averiguar algo sobre él. El primer descubrimiento generó un breve pánico: el objeto medía quinientos kilómetros de diámetro, el tamaño de una luna pequeña. Después de todo, tal vez fuera un mundo móvil que llevara un ejército invasor… Ese temor se desvaneció cuando observaciones más exactas demostraron que el cuerpo sólido del intruso era sólo de unos cuantos metros. El halo de quinientos kilómetros que lo envolvía era algo muy familiar: un etéreo reflector parabólico que giraba lentamente, tal como los radiotelescopios orbitales de los astrónomos. Al parecer, ésa era la antena por la cual el visitante se mantenía en contacto con su lejana base. Y a través de la cual, sin duda, en ese mismo instante irradiaba sus descubrimientos, en tanto revisaba el sistema solar y escuchaba todas las transmisiones de radio, televisión e informaciones. Pero aún quedaba otra sorpresa. Esa antena, del tamaño de un asteroide, no estaba apuntada en dirección a Alfa Centauro sino a un punto muy diferente. Empezaba a parecer que la constelación del Centauro era sólo el último puerto del vehículo, y no su origen. Mientras los astrónomos cavilaban al respecto tuvieron un sorprendente golpe de suerte. Una sonda meteorológica solar, que efectuaba el recorrido de rutina más allá de Marte, quedó súbitamente muda, pero recobró su voz radial un minuto después. Al examinar las grabaciones se descubrió que los instrumentos habían quedado momentáneamente paralizados por una intensa radiación. La sonda había atravesado precisamente el rayo del visitante. Entonces fue muy sencillo calcular con exactitud hacia dónde estaba apuntado. En esa dirección no había nada a lo largo de cincuenta y dos años luz, con excepción de una estrella enana roja y muy débil presumiblemente muy antigua; uno de esos sobrios soles pequeños que seguirán brillando pacíficamente por miles de millones de años, cuando ya los espléndidos gigantes de la galaxia se hayan extinguido. Ningún radiotelescopio la había examinado nunca con atención; ahora, todos los que podían abandonar la observación del cercano visitante se dirigieron a ese insospechado origen. Allí estaba, irradiando una aguda señal en la banda de un centímetro. Sus hacedores seguían en contacto con el vehículo que habían lanzado miles de años antes, pero los mensajes que él recibía en ese instante provenían de sólo medio siglo en el pasado.

Primer mensaje:
Al fin, al acercarse a la órbita de Marte, el visitante dio sus primeras muestras de haber detectado la humanidad, en la forma más dramática e inconfundible que uno pueda imaginar. Comenzó a transmitir las películas comunes de televisión, intercaladas con textos de video en inglés y lengua mandarina, todo muy fluido, aunque con un ligero acento. La primera conversación cósmica acababa de comenzar, y no con el retraso de varias décadas, como siempre se había imaginado, sino solamente de minutos.

La educación del Velero Estelar:
Aspectos técnicos de su funcionamiento:
(Extraído de Concordancia del Velero Estelar, primera edición, 2071) Sabemos ahora que la sonda espacial interestelar, a la que habitualmente nos referimos con el nombre de Velero Estelar, es totalmente autónoma y opera según las instrucciones generales que se programaron para ella hace sesenta mil años. Mientras navega entre dos soles utiliza sus quinientos kilómetros de antena para enviar información a su base, en una proporción relativamente lenta, y para recibir actualizaciones ocasionales de Estelandia, si adoptamos el encantador nombre acuñado por el poeta Llwellyn ap Cymru. Sin embargo, cuando pasa por un sistema solar puede utilizar la energía de un sol, y así aumenta en grado sumo la velocidad con que transmite su información. También «recarga sus baterías», aunque la analogía resulta muy tosca. Y puesto que emplea —como nuestros primeros Pioneer y Voyager— los campos gravitatorios de los cuerpos celestes para desviarse de estrella a estrella, seguirá en funcionamiento por tiempo indefinido, a menos que un fallo mecánico o un accidente cósmico ponga fin a su carrera. El Centauro fue el undécimo puerto de su trayectoria; después de circunvalar nuestro sol como un cometa, su nuevo curso apuntó exactamente a Tau de la Ballena, que dista doce años luz. Si allí descubre a alguien, estará lista para iniciar su nueva conversación poco después del año 8100… Pues el Velero Estelar combina las funciones de embajador y explorador. Cuando descubre una cultura tecnológica, al terminar uno de sus milenarios viajes, entabla amistad con los nativos y comienza a intercambiar información, la única forma de comercio interestelar posible. Antes de partir nuevamente en su interminable excursión, tras su breve tránsito por ese sistema solar, el Velero Estelar indica la posición de su mundo de origen, que ya aguarda la llamada directa del último miembro en el intercambio telefónico de la galaxia. En nuestro caso podemos enorgullecernos porque, aun antes de que nos transmitiera ninguna carta estelar, habíamos identificado su sol paterno y hasta irradiado nuestra primera transmisión hacia él. Ahora bastará con que aguardemos ciento cuarenta años hasta que llegue la respuesta. Qué increíblemente afortunados somos al tener vecinos tan cercanos. (Arthur C. Clarke)

Velero Estelar: Conversaciones | Clarke: Fin | Clarke | Escritura: Sumeria | Escritura cuneiforme | Jeroglíficos | Imprenta | Lenguaje: Surgimiento | Renacimiento | Bibliotecas británicas | Literatura árabe | Arábigo-andaluza | Literatura (Ferrater) | Expresión (Ferrater) | Hipatia | Educación: Historia | Ciencia: Citas | Europa y China | Italia

 

 

[ Inicio | Indice Religión | Indice Sociedad | Indice Libros | Indice Autores | Lugares | Canarias ]