Canarias  |  Náutica  |  Arquitectura  |  Historia  |  Clásicos  |  Ciencia  |  Infantil

 

 

     
 

Metáforas del cristianismo sobre la muerte:
Viejas concepciones de la vida después de la vida:
En el Antiguo Testamento la muerte no tarda en aparecer en forma de asesinato entre hermanos. Edén (del hebreo, delicia) se cita en los tres primeros capítulos del libro del Génesis. En la primera generación tras la expulsión del Edén Caín mata a a Abel, en un arrebato de celos, con la quijada de un animal. El término cristiano para designar el Edén fue Paraíso. Proviene del griego [paradeisos] y significa jardín o huerto. Era la primera morada de la humanidad y símbolo del estado de inocencia que finalizó con la caída tras el pecado original. El Edén se menciona en otros libros del Antiguo Testamento como lugar de gran fertilidad. Paraíso se usa también como término poético de cielo como lugar de bienaventuranza.

Zoroastrismo:
El nombre del paraíso de la nueva religión fue Garo Demana, o «Casa de la Canción», y existen antiguos relatos sobre chamanes que alcanzaban el éxtasis tras cantar durante largos períodos de tiempo. El zoroastrismo consideraba que en teoría la Casa de la Canción estaba abierta para todo el mundo, pero que en realidad sólo los justos podrían acceder a ella. El camino al más allá pasaba por el puente Cinvat donde los justos y los malvados se separaban, los pecadores condenados a permanecer eternamente en la Casa del Mal. La idea de un río que divide este mundo del otro está presente en muchas fes, mientras que la idea de un juicio se convirtió en una de las principales características del judaísmo, el cristianismo y el islam. De hecho, la vida después de la muerte, la resurrección, el juicio, el cielo y el paraíso, así como el infierno y el demonio, son todas ideas inauguradas por el zoroastrismo. Un verso de los Gathas dice que el alma permanece cerca del cuerpo del difunto tras la muerte, pero que tres días después se levanta un viento. Para el justo se trata de un viento perfumado que transporta con rapidez el alma a «las luces sin comienzo, el paraíso», pero para los demás se trata de un gélido viento del norte que se lleva al pecador a la región de las tinieblas. Adviértase el lapso de tres días.

Grecia:
Para los griegos que sí creían en algún tipo de vida después de la muerte, los muertos iban directamente al inframundo que en la Ilíada custodia el perro Cerbero. El alma sólo podía llegar a este «lugar carente de alegría» cruzando el río Estigio. El inframundo recibía el nombre de Hades, palabra que deriva de un término que significa invisible, no visto. Al parecer la muerte se consideraba algo inevitable. Atenea le dice a Telémaco, el hijo de Odiseo, que «la muerte es común a todos los hombres, y ni siquiera los dioses pueden evitársela al hombre que aman…». Sin embargo, en las últimas secciones de la Odisea hay un cambio. Por ejemplo, Proteo le dice a Menelao que él será enviado «a los Campos Elíseos en los confines de la tierra». El nombre Elíseo es anterior a los griegos y, por tanto, esta idea tiene que haber nacido en otro lugar. Por la época en que Hesíodo compone su Los trabajos y los días (finales del siglo VIII a. C.), escuchamos hablar de la Isla de los Bienaventurados, a la que se envía a muchos héroes cuando han terminado su vida en la tierra. Aproximadamente en la misma época, encontramos por primera vez poemas épicos que mencionan a Caronte, el barquero de los muertos. En el siglo V a. C., empezó la costumbre griega de enterrar a los muertos con un óbolo, una pequeña moneda para que el fallecido pagara a Caronte. Hacia el año 432 a. C., en un monumento oficial para conmemorar una guerra, se dice que las almas de los atenienses muertos son recibidas por el aither, «el aire superior», aunque sus cuerpos permanecerán en la tierra. En Platón y en muchas tragedias griegas descubrimos que los atenienses no parecen haber creído en la existencia de recompensas y castigos después de la muerte. «De hecho, no parecen haber esperado gran cosa en realidad. “Tras la muerte todos los hombres son tierra y sombra: nada va a la nada”». (Esto lo dice un personaje en una obra de Eurípides). En el Fedón platónico, Simmias revela su temor de que al morir su alma se disperse «y éste sea su fin».

El origen del paraíso, o de la palabra al menos, está mejor documentado. Proviene de una antigua palabra meda compuesta por pari, que significa «alrededor», y daeza, que significa «muro». (Los medos eran una civilización establecida en Irán hacia el siglo VI a. C.). La palabra paridaeza significó diversas cosas, viñedo, arboleda de palmas datileras, el lugar en el que se hacían los ladrillos; y en algún momento llegó incluso a designar el «barrio chino» de Samos. Sin embargo, su significado actual probablemente esté más relacionado con su aplicación a los cotos de caza reales o, simplemente, a los suntuosos jardines umbríos que eran privilegio de la aristocracia. Esto pudo vincularse a la creencia de que sólo los reyes y los aristócratas irán al paraíso, mientras que todos los demás lo harán al infierno. En los escritos sobre Pitágoras hay algunos indicios de que su idea de la otra vida y del alma inmortal estaba reservada a la aristocracia, por lo que esta concepción quizá haya sido una forma de preservar los privilegios de la clase alta en una época en que empezaba a verse marginada a medida que aumentaba la importancia de las ciudades (y los mercaderes).

Los hebreos nunca tuvieron una palabra para el «yo esencial» que sobrevive a la muerte. No debemos olvidar que todo el libro de Job de las Escrituras hebreas trata del problema de la fe y el sufrimiento y las desigualdades en una vida en la que no hay ningún más allá (todas las recompensas que su Dios promete a los judíos son terrenales). Incluso con la llegada del mesianismo judío, el concepto de alma sigue ausente. Había el concepto de Sheol, pero éste se asemeja más a la palabra «tumba» que a la idea de Hades, como en ocasiones se lo traduce. «El Sheol estaba localizado en las honduras de la tierra (Salmos 63,10), estaba repleto de gusanos y polvo (Isaías 14:11) y era imposible escapar de él (Job 7,9-10)». Fue sólo después del exilio en Babilonia cuando surgieron las secciones buena y mala del Sheol, y empieza a asociárselo con la Gehenna, un valle al sur de Jerusalén en el que inicialmente se creía que tendrían lugar los castigos del Juicio Final. Poco tiempo después, se convirtió en el nombre del infierno de fuego. (Watson)

Cielo:
Lugar donde habita Dios, los dioses u otros seres espirituales, y el lugar o condición de la perfecta felicidad sobrenatural de los redimidos en la vida después de la muerte. En las sociedades más simples, el concepto de vida después de la muerte suponía una continuación oscura de la vida terrenal. Incluso dentro de esta idea se manifestaba el principio de la necesidad de una justificación de la justicia divina. Este principio queda ilustrado en la distinción entre Elíseo (lugar de recompensa para los muertos virtuosos) y Tártaro (sitio de condena donde eran castigados los malvados) que se hizo en las religiones griega y romana y en las distintas profundidades del sheol (residencia de la muerte) en los Libros Sagrados judíos. Los místicos judíos posteriores consideraron que los cielos estaban contenidos en las siete esferas del firmamento y encontraron en la doctrina persa de la resurrección una esperanza para liberarse del sheol y alcanzar una nueva vida en la Tierra o en los cielos. Aristóteles declaró que todas las religiones (politeístas) situaron la residencia de los dioses en el lugar más elevado del Universo. En los tiempos clásicos, esas regiones estaban vedadas a los mortales normales; la Isla de los Justos, a veces identificada con el Elíseo, sólo era alcanzada por algunos héroes, semidioses y favoritos de los dioses. El cielo de las religiones politeístas posteriores era concebido como un lugar donde los mortales podían continuar los placeres de la vida terrenal, como en el Valhala de los germanos y escandinavos y el territorio feliz de la caza de los nativos de Norteamérica. La creencia general de los cristianos es que, desde la resurrección de Cristo, las almas de los justos que están libre de pecado son admitidas en el cielo inmediatamente después de la muerte, donde su principal alegría consiste en una visión serena y beatífica de Dios. Su felicidad es eterna, pero en la resurrección general sus almas tienen que reunirse con sus cuerpos glorificados. Algunos cristianos creen que, antes de entrar en el cielo, las almas tienen que pasar por un estado de purificación llamado purgatorio.

El islam, en el Corán, adopta la idea de los siete cielos del firmamento, difiriendo en grados de gloria desde el séptimo, donde mora el Más Alto, bajando hasta el primero, el más terrenal. Aunque el Corán describe la felicidad del cielo como la participación inagotable y sin restricción del placer de los sentidos físicos, muchos escritores consideran que esta descripción es pura alegoría.

El nirvana, el cielo del budismo, es un estado de pérdida de todo deseo y la unión con el cosmos alcanzados mediante el perfeccionamiento del alma a través de todas sus transmigraciones sucesivas. La rama Mahayana del budismo desarrolló también la doctrina de la Tierra Pura, un paraíso intermedio en el oeste remoto en el que las almas afortunadas se reencarnarán antes de alcanzar el nirvana. (Encarta)

 

 

[ Inicio | | Canarias | Literatura | La Palma: Historia | La Palma | Filosofía | Historia | Náutica | Ciencia | Clásicos ]