Literatura erótica:
Conjunto de obras literarias que tienen como argumento las relaciones amatorias desde una perspectiva sensual que alcanza en ocasiones terrenos escabrosos. Habitualmente utiliza un lenguaje menos directo que la pornografía, por lo que en los asuntos directamente sexuales recurre a términos metafóricos y eufemísticos, a desplazamientos metonímicos (véase Figuras retóricas) y a construcciones más elaboradas que enfatizan la carga erótica gracias al juego de la intermitencia de la que habla Roland Barthes (juego entre lo que se oculta y lo que asoma).
2 LITERATURA Y ARTE DE AMAR
Dentro del amplio campo de la literatura erótica, deben incluirse aquellos textos que, en diferentes épocas y culturas, se proponen una reflexión filosófica sobre el significado y los alcances del amor, además de estipular —como ocurre en los tratados que hablan del arte de amar— los códigos de la seducción y del encuentro entre los amantes. El banquete de Platón es un diálogo sobre las ventajas de la relación homosexual sobre la heterosexual e incluye un mito sobre el origen de Eros. El Ars amatoria o los Remedios de amor de Ovidio, en la literatura latina, constituyen ejemplos de lo que Michel Foucault ha llamado una scientia sexualis. El Kamasutra (Reglas sobre el amor sexual), tratado indio escrito por Vatsyayana alrededor del 500 d.C., incluye las diferentes maneras de gozar del amor con las mujeres, de los afrodisíacos y de las bebidas estimulantes.
3 TRADICIÓN ERÓTICA Y ALGUNOS NOMBRES
Obras ya clásicas dentro de la literatura erótica son el Satiricón de Petronio, escrita aproximadamente en el año 60 d.C. y llevada al cine por Federico Fellini en 1969; el Decamerón de Giovanni Boccaccio, escrita entre 1348 y 1353, y llevada al cine por Pier Paolo Pasolini en 1972, como parte de la trilogía cinematográfica formada por los Cuentos de Canterbury (1972) y Las mil y una noches (1974), obra ésta última cuyo original literario fue expurgado y censurado en varias ocasiones por lo osado de algunos de sus cuentos. Entre otros autores dignos de mención figuran Catulo; Pietro Aretino; Miguel Ángel y sus Sonetos; Choderlos de Laclos; John Cleland (1709-1789), autor de Fanny Hill; y el marqués de Sade. En el siglo XX destacan Anaïs Nin (Delta de Venus), Monique Wittig (El cuerpo lesbiano), Jean Genet o Henry Miller.
4 ESPAÑA E HISPANOAMÉRICA: PANORAMA:
En España, a pesar de los tradicionales prejuicios religiosos, las manifestaciones de la novela y la poesía eróticas han sido abundantes y han gozado y gozan de bastante éxito popular. Y personajes como La Celestina y Don Juan forman parte de la tradición occidental en este terreno.
Ya aparecen manifestaciones de poesía erótica en las jarchas y las cantigas de la lírica trovadoresca galaico-portuguesa, o en el Libro de Buen Amor (c. 1342) de Juan Ruiz, cuyo personaje Trotaconventos, la tercera en amores, es un claro antecedente de la Celestina. También escriben poesía de tema erótico grandes autores del siglo de oro, como Lope de Vega, Quevedo o Góngora. Por otro lado, no hay que olvidar que es de la obra El burlador de Sevilla y convidado de piedra (1627), de Tirso de Molina, de la que surge el mito de Don Juan.
Sin embargo, la presión de la Inquisición hizo que muchas obras circularan de modo más o menos secreto, y en forma manuscrita. Tal es el caso de algunas obras de Nicolás Fernández de Moratín y de Félix María Samaniego, en el siglo XVIII. Este carácter anónimo de los autores se incrementó en el siglo XIX, aunque firmaron obras de este tipo autores como el duque de Rivas, Bécquer o Rosalía de Castro.
En el siglo XX el erotismo se integra en la poesía general, si bien se mantienen producciones marginales que rondan, e incluso invaden, el terreno pornográfico.
En prosa destaca sobre todas la novela La lozana andaluza, obra de Francisco Delicado, y publicada en 1528, pero en las novelas de caballería —especialmente en Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell— y en las picarescas aparecen episodios eróticos.
En el siglo XIX hay escritores consagrados que cultivan el erotismo, como ocurre con Pérez Galdós, Pardo Bazán o Leopoldo Alas. Sin embargo, será Felipe Trigo quien, a fines de ese siglo y comienzos del XX, destaque como representante más conocido del erotismo en prosa. Le siguen Pedro Mata, Antonio Hoyos y Vinent y Alberto Insúa, entre otros, y el género se prolonga, de modo más o menos encubierto, en novelas de quiosco, como las de Carlos de Santander, Álvaro Retana o Corín Tellado.
En tiempos más recientes, escritores como Mario Vargas Llosa, Luis Antonio de Villena, Ana Rossetti, Eduardo Mendicutti y Almudena Grandes, con su libro Las edades de Lulú, han conseguido gran éxito con obras ocasionales de carácter erótico. En autores hispanoamericanos como Osvaldo Lamborghini y Diamela Eltit el erotismo, en lugar de reducirse al espacio compartido por los amantes o a la exaltación de los atributos físicos, se extiende a motivos de tipo social y político, con lo que el lenguaje erótico se renueva y crece por su interacción con otros códigos lingüísticos. En estos casos, lo erótico no sólo incluye el goce de los sentidos sino también aspectos trágicos de la existencia: la pobreza, el desempleo femenino, la lucha política, la violencia del poder establecido y, con él, el sexo como instrumento de sumisión y humillación.
5 OTRAS FUENTES ERÓTICAS
Como género híbrido entre la literatura y las artes gráficas, habría que considerar la prolongación del tema en el cómic erótico. Por otra parte, las cartas de amor constituyen una fuente importante para el conocimiento del amplio espectro de la literatura erótica. Entre otras, merecen citarse las escritas por James Joyce.
(Encarta)
LITERATURA FISIOLOGISTA:
Sostiene el crítico Miguel García-Posada que toda la literatura pornográfica no es sino literatura fisiologista, que basa su arte en la descripción minuciosa del cuerpo femenino o masculino. (Aquí entran las novelas de Gala y otros).
Y cómo pesa la fisiología en la literatura.
Por atenernos al cuerpo femenino, que es el más soportable, qué pesada se hace su belleza a la hora de explicarla minuciosamente en una novela. Dijo Rubén que «la mejor musa es la de carne y hueso», pero él nunca cantó la carne ni el hueso, sino que transformó y aligeró a sus amadas mediante el verso y la música. El realismo es pesado y aburrido siempre, en verso y en prosa, y de ahí que los mejores poetas sinteticen la belleza de la mujer, desde Baudelaire, en un verso, una imagen, una trasposición, un paralelismo, un hallazgo literario.
El gran error de la literatura erótica es que quiere describir fielmente la anatomía del coño y la dinámica del orgasmo. Todo esto está mucho más claro en un tratado de fisiología o de sexología, que hay muchos al uso. Uno apenas ha escrito de otra cosa que de mujeres, desde la madre a la última chica, pero evitando siempre el fisiologismo que denuncia García-Posada. Y qué pesantez la del cuerpo de la mujer para llevarlo íntegro al verso o la prosa.
Neruda lo lleva por porciones. Los pies de la amada, «zapatos de fuego» o «lámpara». Los senos de la amada, con sus «puntas quemadas». La reacción inteligente del poeta y el prosista ha sido comprender que el fisiologismo erótico a lo Sade (por eso Sade es tan pesado) resulta insoportable en la lectura, y poco estimulante.
Sade no era poeta, sino filósofo, y he aquí nuestro reproche, aunque le amamos mucho. El poeta, desde los renacentistas a Baudelaire, desde Baudelaire al surrealismo, comprende que a la amada de carne y hueso hay que darle un tratamiento literario, hay que metaforizarla, para que sea alígera:
No me la enseñes más,
que me matarás.
Las mozas del otro, «anchetas de caderas». Y Góngora: «A batallas de amor, campos de pluma». Y Aleixandre: «Tu pecho de un solo pétalo». Y André Bretón: «Si una mujer de cabellera negra te sigue por las calles, es sólo la noche, que sigue tus pasos». Y Gerardo Diego: «Inconsútil, siemprevirgen agua». «La novia de manos ojivales». Etcétera.
Lo malo de la literatura porno o «fisiologista» no es el porno, claro, sino la pesantez que gravita sobre la prosa o el verso. El realismo es insoportable siempre, como copia testaruda de la vida, pero el realismo sexual nos enloquece ya: de ahí el fracaso de las salas equis europeas, que tanto frecuenté en mis exilios franquistas, y donde sólo había viejos, negros y argelinos.
En los ritos del sexo se participa o aburren.
Literariamente, la pesantez de un cuerpo de mujer puede matar un verso o una buena prosa. El talento, como digo, acude a la estilización, a la metaforización, no sólo por lucirse, sino por volver alígera la criatura amada. La pornografía cruda no es sino otra forma de realismo, y el realismo lo detestamos todos.
Ésta es la gran razón que tiene García-Posada cuando excluye la literatura fisiologista, no por razones morales, naturalmente, sino por razones del discurso literario. Describir una rosa minuciosa y científicamente es caer en la botánica. Describir un coño con igual técnica es caer en la fisiología. Ésta es la razón que me ha llevado a amar y buscar los libros y novelas que tratan de la mujer, pero de la mujer metaforizada, poetificada, lirificada. Para lo otro ya me arreglo yo solo con ella.
(Francisco Umbral)