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El Santo Camino. Por Alvaro Cunqueiro:
¿Vamos a decir que hacia Levante, el extremo punto, donde nace el Camino sea donde estaba el Gran Tamerlán —el Gran Tamburabeque, que decía el castellano—, en las estepas de Asia, que atraviesan las caravanas acompasándose con la música de Borodín? Allí encontraron unos embajadores del rey de Castilla, Enrique III, a un monje nestoriano que soñaba con hacer la peregrinación a Compostela, que le habían llegado noticias de la Tumba Apostólica en el Finisterre. (Aunque para hacer la peregrinación imaginase el hacerse con algunos dineros cuatreándole unos caballos a su señor). ¿Y en el Arceibachán de Persia, de donde era arzobispo, cómo se enteró don Mártir de las peregrinaciones de Compostela? José María de Areilza nos ha regalado con el relato de la peregrinación de don Mártir, peregrino del siglo XV, cuando ya comenzaba a quedar a solas con sus puentes el Camino Francés. Don Mártir peregrinó por la costa cantábrica, vecino de la gaviota. Riga, Memel, Tilsit, Lubecca, Estocolmo…, vieron salir peregrinos. Viajando del aeropuerto de Arvansa a Estocolmo, a mano derecha queda la Jacobsberg, la colina donde se reunían los que iban a peregrinar a Santiago, y en la capital sueca había iglesia y hospital de peregrinos. En el Museo Histórico Nacional de Copenhague he visto vieiras recogidas en camposantos diversos del país, en los enterramientos de gentes que habían hecho la peregrinación a Compostela. Varsovia, Cracovia, Mostar de Croacia, despidieron también a grandes príncipes, ilustres obispos, acomodados mercaderes, piadosos clérigos y humildes gentes, que salían a buscar la salud moral y física, seguros de hallarla en la larga peregrinación y junto a la Tumba. Peregrinaron los húngaros, los germanos, los flamencos, los ingleses…, pero los primeros y los más, los francos, y por eso el camino se llamó francés. El obispo don Odescalco del Puy puede ser el primer peregrino francés de nombre conocido. El camino se ordenaba en Francia en cuatro grandes venas, que venían a topar contra el Pirineo en Somport y en Roncesvalles. En Somport estaba el hospital de Santa Cristina, uno de los tres mayores de la Cristiandad, comparable al de San Bernardo para los romeros, o el de San Juan de Jerusalén para los palmeros.

Los peregrinos que habían pasado el Somport, el «Summo Portu», se adentraban por Jaca y Sangüesa, y los que entraban por Roncesvalles hacían posada en aquel lugar célebre en la Chanson del paladín Roldán, y en Pamplona, y ambas ramas del camino se unían en Puente la Reina, famosa villa por el Hospital del Crucifijo, y por el puente sobre el Arga, que mandó hacer una reina de Navarra. En Sangüesa los francos se arrodillaban ante Nuestra Señora de Rocamador. Y a partir de Puente la Reina el camino se adentró en la Rioja, donde Domingo de la Calzada en cada río puso un puente. Dos grandes santos se hicieron peones camineros: Domingo, en tierras riojanas, y Juan de Ortega, en tierras burgalesas, por montes de Oca. El camino pasaba por ricas villas, con grandes hospitales —Estella, Nájera, con los enterramientos de la familia real navarra, Logroño, La Calzada, que lleva el nombre mismo del camino, y en su catedral el gallo del milagro, que en memoria de éste todavía hoy un cantaclaro está enjaulado en la iglesia…— Y luego Burgos, con sus grandes hospitales para los peregrinos, el de San Lesmes y el del Rey. Fue en Burgos, quizá, donde Hugo de Borgoña recibió la noticia de que había sido elegido Papa, regresando de la peregrinación. Tomó el nombre de Calixto, y lo dio Codex Callixtinus, la gran guía de los peregrinos, que alguien llamó «la primera guía turística del mundo», con una punta de irreverencia. El camino, por Castrojeriz y Celada del Camino —en la fachada de cuya iglesia hay un ángel de piedra vestido de peregrino del Apóstol—, se dispone a entrar en el reino de León. Tierras pardas, tierras que se han pintado los labios con carmín, tierras cereales y vinícolas, grandes soledades. Frómista, donde el románico alcanza una insólita perfección en la iglesia de San Martín; Villalcázar de Sirga, donde fue el Temple con sus estrepitosos barones, con los admirables enterramientos de los infantes don Felipe y doña Leonor, con las esculturas góticas que conserva, con la imponente fachada; Carrión de los Condes, con la iglesia de Santiago de la Rúa; Sahagún, la rica, la cosmopolita, cabeza de puente de Cluny, con sus grandes torres de San Lorenzo y San Tirso. Y en seguida León: en su hospital de peregrinos hizo noche Sordello di Goito. Virgilio encontrará al trovador en el Purgatorio y escuchará de sus labios aquello de: «O mantovano, io son Sordello, della tua terra», e l’un l’altro abracciava. Aquella «alma altiva y desdeñosa» hizo humilde peregrinación. En León fue donde el parisino Nicolás Flamel encontró al sabio judío que le interpretó las misteriosas páginas del secreto libro que enseñaba cómo se hace oro. Flamel, de regreso a París, y ayudado por su dulce esposa Perrenella, fabricó oro a montones, y dotó huérfanas, fundó hospitales, ayudó enfermos y viudas… El camino se dirige a Galicia por Astorga, Ponferrada con su castillo templario, Villafranca del Bierzo. En el Órbigo, en la puente, Suero de Quiñones, en un año santo del siglo XI, hizo un «passo honroso», y quebró lanzas con italianos, franceses, castellanos y catalanes, y un alemán, el señor de la Selva Bermeja. En el puente, ahora en piedra, sigue don Suero alanceando. Santa María del Camino, San Martín del Camino, Rabanal del Camino… El camino va a hacerse áspero y lento, que están ahí los montes galaicos. Un rey de Francia, Luis VII, que hace la peregrinación azuza a su caballo bayo con palabras muy duras, y queda mudo por tres días. En Villafranca hay una Puerta del Perdón, que se abre cuando es Año Santo en Compostela, y allí los peregrinos que no podían subir las oscuras cumbres de O Cebreiro ganaban los perdones jacobeos como si hubiesen llegado a arrodillarse en Compostela.

El camino sube, incansable, hasta O Cebreiro. Empinada vereda inacabable. En lo alto, un francés, Giraldo d’Aurillac, dolido de las penalidades de los peregrinos, construyó un hospital, Santa María la Real do Cebreiro, donde más tarde acontecerá el Milagro Eucarístico, que hizo a algún poeta gallego imaginar en aquella montaña el paso del Santo Grial, y ver a los paladines cruzar, acariciando con las plumas de sus yelmos las ramas de las hayas y de los alcapudres. Desde O Cebreiro, el camino hace posadas en los montes y baja hacia los valles de los ríos que van al Miño: Triacastela, Samos, Sarria… El Miño lo pasarán los peregrinos en Pontemarín (sic), donde fueron los sanjuanistas y son todavía —aunque las más están ya bajo las aguas, por culpa del pantano de Belesar—, las viñas que dan el más graduado de los aguardientes del país. La puente sobre el Miño, la más antigua, dicen que la construyó el maestre Mateo, el del Pórtico de la Gloria, que quizás era lucense, y de una familia de constructores de puentes. Por el antiguo condado de Monterroso, en tierra de Lugo, el camino va hacia Palas de Rei y Melide. A la derecha queda Vilar de Donas, con lo que queda del románico monasterio e iglesia de las damas santiaguistas, finas como lirios. Algunas están retratadas en el ábside, sonrientes anticipadoras de la Gioconda; fueron pintadas «en la era del rei don Johan», Juan II de Castilla, el amador de toda gentileza. Por tierra de Melide, Arzúa, Arca, el camino se acerca a Santiago. En San Marcos, los peregrinos de antaños emprendían carrerilla por ver quién primero llegaba a un alto, que llaman Monte do Gozo, por el de ver las torres de Santiago desde allí. El primero que llegaba, ése era proclamado rey de la peregrinación. Santiago tenía siete puertas. Los peregrinos entraban por la que llevaba a la actual rúa de la Azabachería y a la fachada norte de la catedral. Frente a ella había una fuente, regalo de un francés, Bernardo el Tesorero, para apagar la sed de los romeros. Ya están los peregrinos, cientos y cientos, cubiertos de polvo, sudorosos, en la iglesia de Jacobo el Mayor. Uno se imagina el río de almas entrando en la basílica bajo el hermosísimo puente —Juicio, Infierno y Gloria—, del Pórtico de la Gloria. A la derecha, en la nave de la Epístola, están los confesionarios de los canónicos lenguajeros. Los peregrinos pueden confesarse en inglés, en alemán, en francés, en italiano, en húngaro… En el altar mayor, está Jacobo, majestuoso y a la vez humano, esperando el abrazo de los que han aceptado visitarle. Santiago acepta todos los abrazos, pero los canónigos medievales, de fino olfato, mandarán labrar el gran incensario que llaman botafumeiro, y que de nave a nave vuela, para perfumar la catedral y que el incienso no permita oler el sudor de los romeros. Hay quien murió al llegar ante el altar, como aquel príncipe de Aquitania que ocho o nueve veces fatigó el Camino Francés: Gaiferos de Mormaltán. Las peregrinaciones han vuelto al camino. Este año es Año Santo, el 112 o 113 desde la bula del Papa Alejandro que instituyó el Jubileo Compostelano. Abierta está, en la inmensa plaza de la Quintana, la Puerta Santa. Arrepentirse, confesar comulgar, pasar la Puerta, abrazar el Patrón… El camino ha despertado de un largo sueño, y otra vez se escuchan, como antaño, «las voces de las naciones». (Cunqueiro)


Santos a caballo:
[San Martín] es el único santo a la jineta que no ha salido en las batallas cristianas. Santiago bajó a Clavijo a rienda suelta. Crisógono de Aquileia, degollado por Diocleciano, ayudó una vez a los lombardos y dos a los venecianos, y lo curioso es que entró montado en un caballo negro en una batalla naval de la Serenísima contra el turco, a la vida de Famagusta, aquel castillo almenado en el que el Moro degolló por celos a la dulcísima, pálida, sonriente Desdémona. El caballo posaba sus cascos en las velas de las naves infieles, y cuando llegó la hora de la victoria, Crisógono, dorado como el sol, se fue entre las nubes grises convocadas por el viento que sube de la Sirte Mayor. Y Jorge de Capadocia, el matador del dragón, una enorme bestia verde, maloliente, la lengua terminada en siete púas, se salió en el medio y medio de los bizantinos, que peleaban por geometría, y alguna que otra vez con los ingleses medievales, los cuales, como es sabido, ignoraban los rudimentos del arte e imitaban el macho cabrío, entrando a topar, y en cuanto topaban, pasando a lobos, metían el diente de lado. Martín no salió, repito, a batallas. Partió la capa en el duro invierno, y regresó en silencio al cuartel. [...] La media capa que San Martín dio al mendigo, como saben ustedes, no ha terminado todavía de gastarse. Zurcida, llena de remiendos, eso sí, pero al fin y a la postre, la capa del milagro la heredan los mendigos franceses, que se la pasan secretamente en alguna de las grandes romerías del país, en Rocamador o en el Puy o en Santa Ana de Bretaña. Quien anduvo preguntando por ella a sus colegas los pordioseros de Provenza, fue aquel gran poeta Germain Nouveau.

[...] Los canónigos de Gourdon tal día como hoy le ponen a Roque ración en su mesa, y siempre hay un pobre desconocido, un oscuro mendigo extranjero, que se acerca a pedir la comida del santo; dicen que es el santo mismo, pero una vez al menos fue el poeta Germain Nouveau. Pasa Roque por Cahors camino de Rocamador, donde hay un cepillo que pide limosna para las sandalias del santo y humilde peregrino. Ernesto Helio le mostraba a León Bloy un texto anonadador: el año 1402 se presentó en Rocamador San Roque a recoger su limosna, y el capellán, a quien se le apareció, vio que las sandalias que Roque llevaba en los pies «eran de lágrimas, estaban hechas de lágrimas». (Cunqueiro)

Arquitectura: La Puerta Santa se abre durante una ceremonia la víspera del Año Santo. Forma parte de un deambulatorio, disposición arquitectónica frecuente en el románico en lugares que recibían peregrinaje masivo. Facilitaba la entrada y salida a los fieles que iban a venerar reliquias. La Catedral presenta una fachada románica (Platerías), dos barrocas (Obradoiro y el lienzo de la Puerta Santa) y una neoclásica (Azabachería). En 1650 comienzan las obras de renovación total de la fachada del Obradoiro. Las torres se culminaron en 1747 y quedaron a una altura de 74 metros. La estatua de Santiago peregrino fue colocada en 1750. Rocamadour renovó su número de visitantes cuando se hicieron populares los caminos de excursión llamados GR y se convirtió en una variante del camino del Puy-en-Velay, principal ruta del camino francés. La localidad es uno de los Miembros de Réseau Grands Sites de France.

 

 

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