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Las maravillas de la crónica negra:
En los carteles de una exposición dedicada a la crónica policial («Le fait divers», París, Museo de Arte y Tradiciones Populares), un oso blanco despedaza a una muchacha. Los casos excepcionales que suscitan la emoción de las multitudes son presentados, no desde el punto de vista de la historia del periodismo, sino como forma moderna del folklore. El oso blanco proviene de una ilustración del Petit Journal de 1893 que representa el «Suicidio de Fráncfort», suicidio fuera de lo común, descrito concisamente por la crónica pero con detalles sádicos de seguro efecto: una joven criada desesperada de amor, va al zoológico, se desviste, entra cantando en la fosa de la fiera que se abalanza sobre ella.

Una parte considerable del material expuesto procede del suplemento ilustrado del Petit Journal que con sus planchas en colores será el modelo de la Domenica del Corriere (unos treinta años antes: el Petit Journal empieza en 1863, la Domenica en 1899). Vemos tigres y elefantes que se escapan de los circos, tragedias dantescas en las alcantarillas de París, un crimen pasional en una carnicería, un suicidio en el interior de una tumba, otro suicidio mediante una guillotina de fabricación casera, un hombre desnudo con sombrero de copa y patillas que entra en un local elegante mientras las señoras se cubren los ojos. Primacía de la visualización (aunque la noticia sea reconstruida por la imaginación de un ilustrador) que anticipa el film de actualidades y la televisión, pero también primacía lingüística y sobre todo conceptual, si es cierto que la expresión fait divers aparece por primera vez en el Petit Journal. Pero el periodo que abarca la exposición se remonta mucho más atrás, a partir de los pliegos impresos con grabados torpes y textos rudimentarios que se vendían en las ferias en el siglo XVIII, con historias e imágenes de bandidos y de delitos y que perduran durante gran parte del XIX, con el nombre de canard. El término canard, esto es, «pato», para designar una «historia inverosímil y probablemente falsa», está presente desde hace siglos en el francés popular y su origen no se conoce; se dice que en las ferias los vendedores de canards se anunciaban con una corneta de sonido semejante al grito del pato, pero la etimología no está probada. Los pliegos como los canards del Setecientos y Ochocientos continúan hasta nuestro siglo, con medios gráficos no mucho más evolucionados, y difunden estrofas de canciones sobre hechos de actualidad. Por ejemplo, en 1909 el terremoto de Mesina, en que la población muere aplastada por las ruinas de los templos romanos.

[Bandidos famosos:]
El personaje que domina esta documentación es naturalmente el transgresor de la ley: bandidos de la campaña y, a partir del siglo XIX, los bajos fondos de la metrópoli, pero también los asesinos individuales, por dinero, por pasión o por locura. Nos enteramos de que la palabra chauffeur, que para nosotros evoca las imágenes dinámicas y elegantes del automovilismo de comienzos de siglo, ha tenido entre el Setecientos y el Ochocientos un significado aterrador: se llamaban chauffeurs los bandidos que asaltaban las casas rurales y quemaban los pies de las víctimas para obligarles a revelar dónde habían escondido el dinero. La fascinación que el hombre al margen de la ley y el criminal ejercían sobre la imaginación (en una época en que el crimen no había llegado a ser todavía una industria como cualquier otra) se ve inclusive en las tarjetas postales que representan bandidos y asesinos famosos: el célebre crimen entre «apaches» por los bellos ojos de la rubia Casque d’Or (que inspirará un excelente film después de la segunda guerra) es representado como una fotonovela en una serie de tarjetas postales de 1907. Así, en 1913 las efigies de la Bande à Bonnot pasan también a las tarjetas postales.

[Pena capital:]
No sólo la crueldad del delito excita la curiosidad, sino también, desde siempre, su contraparte: la crueldad del castigo. La guillotina es un gran tema de la iconografía popular (y de las canciones); una serie de tarjetas postales con la objetividad de tristes fotografías en blanco y negro nos da una visión panorámica de la cárcel, una vista de conjunto del instrumento, detalles de la luneta y del cesto, e inclusive un encuadre del galpón donde se guardaba el aparato en los periodos de descanso: el espíritu burocrático-tecnológico de principios de este siglo aparece aquí documentado en su aspecto más deprimente. La costumbre de los antiguos verdugos de vender la cuerda de los ahorcados como amuleto se continúa en un macabro culto de las reliquias de los guillotinamientos. Se expone aquí, enmarcado y bajo vidrio, un assemblage que contiene el cuello de la camiseta y el de la camisa cortados para la toilette previa a la ejecución de Caserio, el anarquista autor del atentado mortal contra el presidente Carnot (1899). (En los detalles de esta toilette durante la Revolución francesa, se detiene el film de Wajda, Danton, que se proyecta en estos días en París). El asesinato, como la santidad, produce reliquias: los muebles de la casa de Landrú se subastaron en 1923 y naturalmente el precio más alto lo alcanzó la famosa cocina de leña en que Landrú se desembarazaba de sus «novias». Nos enteramos de que pagó «40.000 liras un italiano». (¿Estará en Italia? ¿Debemos considerarla un Bien Cultural digno de ser protegido?).

[Procesos legales:]
El proceso es el momento en que la evocación del crimen y la del castigo están simultáneamente presentes, y justamente a partir del proceso es cuando la crónica suscita las emociones populares. No es un azar que mucha de esta documentación gire en torno a los «procesos célebres», que ya desde 1825, con el inicio de la Gazette des Tribunaux, cuentan con un periodismo especializado que inspirará a su vez tanto a los grandes escritores, de Stendhal a Balzac y a Sue, como a los autores de novelas por entregas. El Humour noir en torno a los delitos y ejecuciones circula no sólo entre los espíritus clasés, sino también en la prensa popular: en 1884 aparece un Diario de los Asesinos, órgano oficial de los «Acuchilladores Reunidos» («Suscripciones: a medianoche, en las esquinas»), que no sé si pasó del primer número. Las «posadas sangrientas», donde los posaderos asesinan a sus clientes mientras duermen y los queman en la chimenea, son otro tema de la crónica criminal en la provincia francesa durante el siglo pasado que pasa a la literatura y al teatro (última versión, Le Malentendu, de Camus). La más famosa fue la posada de Peirebeille donde los cónyuges Martin y el criado Rochette, llamado el Mulato, hicieron desaparecer una cantidad de personas nunca establecida con precisión, y en 1833 fueron guillotinados en el lugar mismo de los crímenes. No hacía falta más para que la posada se convirtiese en una atracción turística, con tarjetas postales y souvenirs. Estas historias sangrientas proporcionan la materia prima mítica de la que se adueñan la literatura popular (que sigue de cerca la crónica de a 10 céntimos la entrega sobre los delitos famosos novelados), los dramas del teatro especializado que saca su macabra sugestión del nombre del Boulevard du Crime donde estaba situado (inmortalizado en el film de Carné Les enfants du Paradis), los maniquíes de cera del Museo Grévin, y después el cine: toda una dimensión de la imaginación que pasa de Francia a la mitología universal del mundo entero. (En Italia no faltaba la materia prima: recordemos la antología de Ernesto Ferrero, La mala Italia, publicada hace años por Rizzoli, sólo que no hemos tenido una mentalidad literaria o simplemente una inclinación fantástica que supiera transfigurar todo eso).

[Otros hechos sensacionales:]
Pero el fait divers estudiado por la exposición de París no comprende solamente la crónica negra. (Esta distinción entre crónica «negra» y «blanca» es, si no me equivoco, únicamente italiana). Forman también parte de ella los actos de heroísmo, de abnegación, de coraje, sobre todo los salvamentos. En 1787, en vísperas de la Revolución, apareció una colección de opúsculos dedicados a las «Virtudes del Pueblo», episodios en que personajes humildes se distinguían por «rasgos de humanidad», confirmando las ideas de Rousseau sobre la bondad natural del ser humano. No sólo los extremos del alma humana, para mal o para bien, sino cualquier hecho que salga de la norma es un fait divers: la llegada de la primera jirafa a París en 1827 es un acontecimiento que durante años sigue historiándose en xilografías y litografías, en almanaques, en platos de mayólica, en marmitas de cobre. Además los fenómenos vivientes, que desde la antigüedad se rodean del aura del prodigio, llevan el signo de los dioses. La exposición no es muy rica en monstruos, sirenas, enanos, gigantes, hermanos siameses, pero hay una pieza que seguramente no se ve todos los días: un busto de mujer barbuda (de hace casi un siglo), no un retrato sino la verdadera cabeza de la mujer, embalsamada después de muerta por razones de documentación científica y que el embalsamador, movido por un escrúpulo «artístico» y caballeresco a la vez, adornó con un cuellito de encaje bordado. De la crónica forman parte naturalmente incidentes y accidentes de todo tipo, tanto más apreciados cuanto más raros o nuevos. Así, los primeros accidentes automovilísticos: un coche que se precipita contra un tren expreso (en América: el fondo es de montañas rocosas, la vegetación exótica). Muchas de las cubiertas del Petit Journal muestran figuras humanas que caen, suspendidas en el aire, en vuelo: cae un espectador desde el balcón del teatro a la platea, cae un aeronauta del globo, vuela una mujer de larga falda a través de una ventana («drama de la locura»), vuela de otra ventana un «nuevo Ícaro» cubierto de plumas. Y las escenas de violencia y de delito están representadas siempre a base de brazos alzados que blanden puñales o cuchillos. El acontecimiento que trastorna el orden natural de las cosas se sitúa en un momento que está como fuera del tiempo, un movimiento fulminante que se fija para siempre. (Italo Calvino. De Colección de arena, 1983)

► La película Los crímenes del museo de cera [House of Wax] - André de Toth (1953) se basa en un guión original de Crane Wilbur. El guión de Psicosis [Psycho] - Alfred Hitchcock (1960) fue escrito por Joseph Stefano y está basado en la novela homónima de Robert Bloch (1959).

 

 

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