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Epoca de Buda: Nuevas formas de ver la existencia:
Buda [Siddharta Gautama]:

[Lugares del noreste de la India:
Nació en la ciudad de Kapilavastu cerca de la actual frontera con Nepal. Varias ruinas de ciudades de India y Nepal son indentificadas como la ciudad abandonada de Kapilavastu. Predominan los que identifican la ciudad como la capital del antiguo estado republicano de Sakia en el actual estado de Uttar Pradesh. Después de alcanzar la iluminación Buda dio el primer sermón a sus cinco discípulos en un parque de ciervos (Rishipattana) "revelando su óctuple sendero que conduce a nirvana". Para marcar el lugar se levantó la Estupa Dhamek (500 d.C.). Más tarde se dedicó a recorrer distintos lugares, predicando y congregando a un grupo de discípulos, formando con ellos una comunidad monástica que recibió el nombre de sangha. Consagró el resto de su vida a la enseñanza. Para viajeros y peregrinos actuales la ruta de los lugares de Buda en la India empieza en Sankassa (Uttar Pradesh) pasa por Lumbini (Nepal) y termina en Bodhgaya (estado indio de Bihar). ]

Cambio radical de vida:
Su vida no está tan bien documentada como la de los profetas israelitas o la de Jesús. Se escribieron biografías, pero la más antigua fue redactada en el siglo III d. C., y aunque se basaba en un relato anterior, escrito cerca de cien años después de su muerte en 483 a. C., ese texto se ha perdido y no podemos hacernos una idea de la fidelidad de las narraciones existentes. Con todo, parece ser que Gautama tenía veintinueve años cuando, c. 530 a.C., repentinamente abandonó a su esposa, a su hijo y a su acomodada familia y emprendió un viaje en búsqueda de iluminación. Se dice que subió furtivamente para ver por última vez a su mujer e hijo mientras dormían, pero que luego se marchó sin siquiera decir adiós. Parte de él, al menos, no lamentaba la partida: había apodado a su hijo Rahula, lo que significa «grilletes», y el bebé sin duda simbolizaba el hecho de que Gautama se sentía atado a una forma de vida que le parecía aborrecible. Anhelaba una vida más espiritual y pura, y por ello hizo lo que muchos hombres santos hacían en la época: dio la espalda a su familia y sus posesiones, se puso el vestido amarillo de un itinerante y vivió mendigando, lo que en la India de la época era un modo de vida aceptado. Durante seis años escuchó lo que otros sabios tenían que decir, pero su mundo no cambió hasta que una noche él mismo entró en trance. «Todo el cosmos se regocijó, la tierra se balanceó, del firmamento cayeron flores, una brisa perfumada sopló y los dioses de los distintos cielos se regocijaron… Había una nueva esperanza de liberarse del sufrimiento y de alcanzar el nirvana, el fin del dolor.

[El nirvana es la experiencia religiosa más identificada con el budismo. Como ocurre con nuestra noción de visión mística, resulta indescriptible y sólo puede conocerse desde su experiencia. La palabra procede de un verbo que significa enfriarse o apagarse, como el final de una vela. Sólo en el nirvana podemos extinguir las llamas de la lujuria, el odio, la codicia y la ignorancia. En estado de nirvana se rompe el ciclo de la transmigración, que de otra forma sería eterno. Su naturaleza ha sido muy debatida por el pensamiento occidental, algunos de cuyos investigadores sostienen que implica una total aniquilación aunque otros lo interpretan como beatitud eterna. El budismo Mahayana de Asia oriental entiende el nirvana no como un objetivo externo sino como el encuentro con la naturaleza más profunda de uno mismo, que solo necesita ser reconocida. Se refieren a él como hermandad budista, condición intrínseca, y vacío].

Gautama se había convertido en Buda, el Iluminado». [Buda es un nombre honorífico con contenido religioso que se aplica a quien ha logrado un completo despertar o iluminación espiritual. Cuando se multiplican escuelas y traducciones, como al chino y al tibetano, también crece el número de significados. Para designar a la realidad como un todo también se empleará la expresión el Buda.

Elementos comunes con los de algunos pensadores occidentales:
Para Platón el alma, imperecedera e inmortal, preexiste al nacimiento y se mantiene tras la muerte del hombre. Identifica con el alma nuestra parte consciente, ideal y divina. Entre los extremos del dolor y el placer, una posición media es demostrablemente correcta desde el punto de vista ético. Desde ella cualquier descenso a un estado de miseria y dolor conlleva sufrimiento, y cualquier ascenso a una sobreexcitación de los sentidos también implica padecer. Eligiendo el camino intermedio se expresan virtudes que proporcionan una existencia en armonía. Aristóteles usa indistintamente los términos beatitud y felicidad. Relaciona la beatitud con la contemplación y la aplica a la medida que en los diferentes seres vivientes tiene la actividad contemplativa. Así, toda la vida de los dioses es beata, por ser totalmente contemplativa. A los hombres corresponde una especie similar de vida, porque sólo de tanto en tanto se dan a la contemplación. En la filosofía estoica la beatitud del sabio es un tema muy difundido objeto de muchos ensayos. Al definir el espiritualismo como corriente filosófica Cousin menciona a Sócrates, Platón, el Evangelio y Descartes, y escribe: Enseña la espiritualidad del alma, la libertad y la responsabilidad de las acciones humanas, las obligaciones morales, la virtud desinteresada, la dignidad de la justicia, la belleza de la caridad y fuera de los límites de este mundo muestra un Dios, autor y modelo de la humanidad ].

Buda «creía» en los dioses que le eran familiares. Pero compartía con los profetas israelitas la idea de que la realidad última yace más allá de estos dioses. Según su experiencia de ellos o la forma en que los entendía de acuerdo con el hinduismo, aquellos dioses también estaban atrapados en las vicisitudes del dolor y el cambio, en el ciclo del nacimiento y el renacimiento.

En cambio, Gautama creía que toda vida era dukkha, sufrimiento, cambio constante, y que el dharma, «la verdad sobre la vida recta», lo llevaba al nirvana, la realidad última, la liberación del dolor. Lo que comprendió Buda fue, de hecho, que este estado no tenía nada que ver con los dioses, que se encontraba «más allá de ellos». El estado de nirvana era natural para la humanidad, la gente sólo necesitaba saber cómo mirar. Gautama afirmaba que no había «inventado» este acercamiento, sino que lo había «descubierto», y que, por tanto, otras personas también podían hacerlo si miraban en su interior. Como ocurría con los israelitas de la era de los profetas, la verdad estaba dentro. Específicamente, Buda creía que el primer paso del hombre era comprender que algo estaba mal. En el mundo pagano esta comprensión ha dado lugar a ideas sobre el cielo y el paraíso, pero lo que pensaba Buda era que podemos liberarnos del dukkha aquí en la tierra al «vivir una vida de compasión por todos los seres vivos, hablar y actuar con dulzura, bondad y cuidado y abstenerse de todo aquello que como las drogas nubla el entendimiento». El Buda no posee una noción como la del cielo. Pensaba que tales cuestiones eran «inapropiadas». Pensaba que el lenguaje estaba mal equipado para describir estas ideas, que sólo podían experimentarse. Sin embargo, como veremos, el budismo sí desarrolló una noción de salvación muy similar a la del cristianismo (tan similar que en el pasado algunos misioneros pensaron que el budismo era una falsificación creada por el demonio). El budismo desarrolló un concepto (y una palabra, parimucyeran) para describir el estar liberado de los males de la vida, y tres nombres para el salvador, Avalokitesvara, Tara y Amitabha, todos los cuales pertenecen a la misma familia. Por lo general, a los griegos se les conoce por su racionalismo, pero esto tiende a encubrir el hecho de que Platón (427-346 a.C.), uno de sus más grandes pensadores, era también un místico convencido. Sus principales influencias fueron Sócrates, que había cuestionado los antiguos mitos y festividades de la religión tradicional, y Pitágoras, que, como hemos visto, tenía claras ideas sobre el alma y, además, quizá haya sido influido por ideas provenientes de la India, que le habrían llegado a través de Egipto y Persia. (Watson)

Introducción del budismo en el Tibet:
El budismo se difundió por oriente bajo la protección de poderosos reyes. En el caso inicial de la India fue el monarca Asoka, nombrado con el título de emperador. En China, Japón, y el Tíbet también se introdujo e impulsó con directrices de monarcas absolutos. La introducción del budismo en el Tibet coincide con la unificación de estados llevada a cabo por Songtsen Gampo en el siglo VII. Fue su primer rey religioso y se sirvió de la nueva religión como instrumento aglutinador. En ese momento todos los grandes países vecinos eran budistas y aventajaban al Tibet en nivel de desarrollo. La implantación llevada a cabo por los reyes religiosos se sirvió de remarcables monjes budistas y eruditos llegados de la India y también tibetanos. Los escritos conservados relatan varios traslados de estudiosos y gran cantidad de libros provinientes de la India. El retraso histórico del país parece demostrar que se otorgó una confianza exagerada en una religión como factor de modernización. El islam, que llegó al Indostán en la época de la disnastía omeya, nunca conquistó el Tibet aunque ejerció cierta influencia a través de misiones con propósitos proselitistas. En 1648 Lozang Gyatso, Quinto Dalái Lama, funda en Lhasa el templo de Potala. Para los occidentales el Tibet seguramente es el país más identificado con el budismo a pesar de que sus fieles representa el 6% de los budistas. El budismo tibetano o lamaísta es mayoritario en Bután y Mongolia, y es la segunda mayor religión de Nepal. La Región Autónoma del Tíbet, bajo control de China, tiene a Lhasa como capital.

El noble camino óptimo es una de las enseñanzas budistas fundamentales. Los ocho elementos deben ser desarrollados de manera más o menos simultánea, dentro de lo que sea posible de acuerdo a la capacidad de cada individuo. Todos están unidos y cada uno ayuda al cultivo de los otros. Buena parte de ellos tiene que ver con capacidades mentales o cognitivas como comprensión, conocimiento, consciencia y concentración.

Años de grandes cambios sociales:
Para la época de Gautama la India estaba experimentando un profundo cambio social y espiritual. Los pueblos y las ciudades estaban creciendo y la asociación del rey y el templo se desmoronaba a medida que los comerciantes y la economía de mercado minaban el statu quo. Una nueva clase urbana estaba emergiendo, tenía grandes ambiciones y se mostraba impaciente con las viejas costumbres. La nueva tecnología de la Edad del Hierro desempeñó aquí un importante papel, ya que ayudó a los granjeros a despejar áreas de denso bosque. Esto aumentó las tierras disponibles para cultivo y transformó la economía, que pasó de estar dominada por la ganadería a ser fundamentalmente agrícola. Esto no sólo contribuyó al crecimiento de la población, sino que cambió también la actitud hacia el sacrificio, que pasó a ser considerado como algo cada vez más inapropiado. Kapilavatthu, donde vivía Gautama, tipificaba estos cambios. Y en todo caso, poco después de su nacimiento, hubo una rebelión religiosa en la India.

Creación de los Upanishads:
Insatisfechos con la antigua fe védica, los sabios de la época empezaron a componer una nueva serie de textos que hacían circular en secreto entre ellos. Estos nuevos textos llegarían a ser conocidos como los Upanishads, nombre derivado de un término sánscrito, apani-sad, que significa «sentarse cerca», y que reflejaba la manera heterodoxa en que habían nacido estos versos nuevos y reinterpretados. En cierto modo, los Upanishads tienen ciertas similitudes con las enseñanzas de los profetas israelíes, ya que proporcionaban a los antiguos Vedas un aspecto más espiritual e interiorizado. Mediante las disciplinas de los Upanishads, un practicante descubría que Brahma estaba presente en el núcleo de su propio ser.

«La salvación no residía en el sacrificio sino en comprender que la realidad eterna y absoluta que es incluso superior a los dioses era idéntica al yo (atman) más profundo de cada uno». En los Upanishads, la salvación no es sólo salvación del pecado, sino de la misma condición humana. Esto realmente marcaba el comienzo de la religión que hoy denominamos hinduismo, y las semejanzas con el judaísmo predicado por los profetas son evidentes. De dónde surgió la idea de reencarnación no está tan claro. Sin embargo, en el As’valayana-Grkyasutra, uno de los Vedas, aparece la idea de que «el ojo debe entrar en el sol, el alma en el viento; ir al cielo e ir a la tierra según el destino; o ir al agua, si eso es lo que se os ha asignado, o morar con tus miembros en las plantas». Aunque primitivo, este pasaje anuncia en muchos sentidos la idea, presente en los Upanishads, de que, tras la cremación, los muertos seguirán, según haya sido su vida aquí en la tierra, «el camino de Dios» (devayana), que conduce a Brahma, o «el camino de los padres» (pitrayana), que conduce a través de la oscuridad y la penumbra a la morada de los ancestros y luego, una vez más, a la tierra para vivir un nuevo ciclo. Fue en los Upanishads donde aparecieron las doctrinas hermanas del samsara y el karma. Samsara es el renacer, karma es la fuerza vital pero su carácter determina la forma que asumirá alguien en su próxima encarnación. El sujeto de ambos procesos era el atman, el alma, una palabra derivada de an, respirar, lo que significa que también para los hindúes el alma era el equivalente del principio vital. Para ser uno con Brahma y lograr el moksa, y alcanzar «el camino de los dioses», la salvación, el atman tiene que vencer al avidya, una profunda ignorancia, el aspecto más relevante de la cual es el maya, el tomar el mundo fenoménico por la realidad y considerar al yo una entidad separada. El solapamiento entre el hinduismo, por un lado, y Platón, por el otro, es aquí evidente y se acentuará aún más. (Watson)

 

 

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