Tomás Morales (1885-1921): Puerto de Gran Canaria sobre el sonoro Atlántico, con sus faroles rojos en la noche calina y el disco de la luna bajo el azul romántico rielando en la movible serenidad marina Silencio en los muelles en la paz bochornosa, lento compás de remos, en el confín perdido y el leve chapoteo del agua verdinosa lamiendo los sillares del malecón dormido Fingen en la penumbra fosfóricos trenzados las mortecinas luces de los barcos anclados mirando entre las ondas muertes de la bahía. Y de pronto, rasgando la calma, sosegado, un cantar marinero, monótono y cansado, vierte en la noche el dejo de su melancolía. Pedro García Cabrera (1905-1981) "Las islas en que vivo": Un día habrá una isla que no sea silencio amordazado Que me entierren en ella, donde mi libertad dé sus rumores a todos los que pisan sus orillas. Solo no estoy. Están conmigo siempre horizontes y manos de esperanza, aquellos que no cesan de mirarse la cara en sus heridas, aquellos que no pierden el corazón y el rumbo en las tormentas, los que lloran de rabia y se tragan el tiempo en carne viva. Y cuando mis palabras se liberen del combate en que muero y en que vivo, la alegría del mar le pido a todos cuantos partan su pan en esta isla que no sea silencio amordazado. Miguel de Unamuno (1864-1936): "Esta soledad del mar que por todas partes nos ciñe, es como un sedante. Del mar surgieron en un tiempo las islas, en poderosa conmoción, en titánica lucha entre Vulcano, dios de las ígneas entrañas de la tierra y Neptuno, dios de los inmensos mares. Estas islas envueltas por tanto tiempo en la bruma de la leyenda, éstas que algún soñador supuso un resto de aquella antigua Atlántida, fueron un alzamiento volcánico de las entrañas de la tierra. Entre ellas navegaba también aquella fabulosa isla errante de San Borondón, la del santo irlandés, que allá, entre los hielos del polo, encontró a Judas, el traidor, que salía cada año, el día de Navidad, del infierno, para ir a refrescarse…" Juan Rodríguez Doreste: La isla, pues, tiene como un cuerpo animado de movimiento, sus dos tropismos, sus dos fuerzas: la centrífuga, que nos empuja y nos invita a partir, y la centrípeta, que nos aferra al suelo, nos aísla, nos vuelve hacia dentro, nos crea nuestra aptitud para el silencio y la intimidad, frente a un mar que es como cantara Saula Torrón, campo azul para todas las siembras del sueño, un mar que en su infinita grandeza, dándonos la sensación de nuestra pequeñez, nutre la raíz de nuestra inclinación melancólica, de nuestro carácter soñador. María Rosa Alonso, "San Borondón a la vista": La isla más islas de todas las islas es la inaccesible, la isla a la que nunca se puede llegar. Isla es parador y tregua en la inmensidad de las aguas pavorosas; es jalón y remedo de tierra firme. Tierra firme ha sido siempre tierra en serio, continente y no esa angustia de trozos, fragmentos de verdad, que son las islas, nunca entrega, siempre engaño que acecha al hombre en alta mar. |