Viajeros: Romanticismo:
LA IMAGEN ROMÁNTICA EN LA LITERATURA DE VIAJES:
En el año 2.000 Sevilla sigue interesando en Europa; interesa también en América -el nuevo paraíso-, y su imagen no ha cambiado mucho. Hace poco en el cine hemos tenido oportunidad de ver no sólo a Tom Cruise librándose de trances de los que ni el propio Hércules hubiera salido con vida (en Misión imposible 2), sino también la Giralda, y un supuesto interior español (un hotel historicista de HollyWood), unido a una procesión-falla de Valencia, con un Cristo crucificado entre esculturas doradas de señoras opulentas y desnudas, unas falleras valencianas.
En este mismo otoño George Lucas rueda en la Plaza de España parte de Episodio II (segunda parte de La amenaza fantasma). Hace un par de años fue Bilbao y el museo Guggenheim por
donde se jugaba la vida Pierce Brosnan, agente 007 al comienzo de El mundo no es suficiente. ¿será que gracias a Antonio Banderas y Penélope Cruz, estamos otra vez de moda, como el siglo pasado gracias a Eugenia de Montijo o Fanny Elsler?.
Todavía, en el año 2000, si hay que referirse a España, el cine (el arte de hoy, sin duda) acude a Sevilla y la Giralda, y, si el directores un poco más "ilustrado", a la modernidad de Frank Gehry y a Bilbao.
Los primeros culpables de todo esto fueron los franceses y los ingleses que empezaron a pasar por la ciudad andaluza cuando acababa el primer tercio del siglo XIX. Delacroix, Ford, Lewis, Borrow, Merimée, Gautier... sintieron la atracción de un lugar en el que el tiempo parecía haberse detenido: un urbanismo arabe (de callejas estrechas, irregulares, cortadas
bruscamente), una arquitectura árabe también (un palacio encantado, como la Alhambra, lleno de leyendas de crueldad y sensualidad) y barroca, una sociedad ajena a la industria, que vivía de la artesanía, y un pueblo vestido con las ropas de siempre, apegado a unas costumbres ancestrales y a unas creencias religiosas con buenas dosis de superstición. Un mundo alejado del París o del Londres laicos de la burguesía, los tranvías, la industria, los periódicos y la vida dominada por el reloj. Una ciudad alegre, además, llena de luz, con las casas pintadas de colores -rosa, crema, verde agua, naranja, violeta pálido, como cuenta Pierre Louys en La Jemme et le pantin- y no del "blanco Santa Cruz", invento del Marqués de la Vega-Inclán y sus teorías acerca del turismo para la Exposición Iberoamericana de 1929; una ciudad con un clima delicioso casi todo el año, quedado en Italia.
que sorprende oliendo a azahar a la vuelta de una esquina, y donde a la gente le gusta divertirse, trabajar para vivir y no vivir para trabajar.
Ésta es la ciudad a la que. propios y extraños comparan con el paraíso, el edén, la arcadia, el cielo ... , y no sólo los cronistas locales - pletóricos de orgullo- (Rodrigo Caro, Muñoz San Román), también los pintores y los críticos de arte:
"Sí sales ahora y vienes a Sevilla en primavera, será corno llegar al paraíso", escribe la pintora americana Mary Cassatt -la señora de la Casa de Pilatos, como le llamaban en Sevilla porque tenía la suerte de vivir allí- a una amiga que se había quedado en Italia.
Cronistas, pintores y críticos de arte extranjeros (Meier-Graefe ), o poetas Juan Ramón Jiménez o Luis Cernuda). Y no es raro el caso del crítico alemán porque uno de los atractivos de Sevilla era su pasado artístico, con Velázquez que había nacido allí y Murillo como plato fuerte.
"i i iCorre a111igo mío, corre a Sevilla, y 11tí ra por primera vez en tu vida, qué gran artista es, Muríllo, Muríllo, Murillo! ! !", escribe Disraeli -el político y primer ministro de la reina Victoria de Inglaterra-, en 1830, a Austen.
Y todo eso fue lo que atrajo a los primeros viajeros a Sevilla a comienzos de siglo XIX. Los soldados franceses, que vinieron con Napoleón a conquistar España, sacaron de los conventos y las iglesias sevillanas un botín soberbio; también los marchantes (Lebrun, Quilliet, Wallis ... ) que vinieron al olor de la pólvora y, más tarde, los agentes del rey Luis Felipe de Francia (el barón Taylor, a partir de 1827, y los pintores Blanchard . y Dauzats), aconsejados nada menos que por José Madrazo y con la única voz en contra de Mariano José de Larra. De Sevilla se fueron (para no volver) los medios puntos de la iglesia de Santa María la Blanca (hoy en París y Madrid), pintados por Murillo, y se fueron también sus cuadros de la iglesia del Hospital de la Caridad (la Santa Isabel de Hungría, por ejemplo, que se llevó el mariscal Soult, y afortunadamente volvió, o el Regreso del hijo pródigo (hoy en Washington, National Gallery).
Y así podríamos seguir... , pero sólo me interesa destacar que Sevilla era -es, todavía, a pesar del expolio- una ciudad como Roma (y Nueva Roma le llamaron en el siglo XVT), en la que vale la pena entrar en cada iglesia que sale al paso, porque siempre hay algo capaz de sorprendernos (y, si no son Bemi1tis o Caravaggios, son Roldanas o retablos policromados anónimos).
Animados por esos pioneros, los viajeros (los escritores, los pintores) empezaron a visitar Sevilla, a retratarla con el lápiz, los pinceles, la pluma y, muy pronto, la máquina de fotos.
La imagen romántica (la imagen) de Sevilla se crea y se difunde casi simultáneamente en pintura y en fotografía . Los cuadros y los dibujos de la ciudad empiezan en los años treinta. Los ingleses Richard Ford (1832), su amigo John Frederic Lewis (1833), el escocés David Roberts ( 1833) y el gallego Jenaro Pérez Villamil (1833), los franceses Delacroix (1832), Pharamond Blanchard y Adrien Dauzats (1833-1837), el maestro sevillano José Bécquer (1805-1841, padre del poeta Gustavo Adolfo y el pintor Valeriano) pintan y dibujan en los años treinta. Este último tenía un agente en Cádiz que mandaba por barco sus cuadros, de tamaño pequeño, a Inglaterra. Y en Sevilla uno podía ganarse la vida pintando, porque "los ingleses seguían comprando los -que representaban escenas andaluzas, pero ¿quién compraba los versos" (como le dijeron a Gustavo Adolfo cuando decidió dejar Sevilla para ser escritor en Madrid).
Los ingleses publican álbumes de litografías con vistas de la ciudad y tipos: Sketches ef Spain and Spanish Character (1836, Lewis), Picturesque Sketches ill Spain (Roberts, 1837),
Spanish Scenery (1838, G. Vivian), pero también los españoles: Vicente Mamerto Casajús en 1838 Álbum sevillano. Colección de vistas, de trajes, y costumbres andaluzas, o Carlos Santigosa en 1851, Álbum sevillano.
La fotografía, que se inventa a finales de la década (en 1839), está ya en Sevilla diez años después en las máquinas de Wheelhouse (1849), el conde de Vigier (1850-1), Beaucorps (1850), Leygonie (1851), Tenison (1851-3), Clifford (1854 ...), Frith y Napper (1855-62), Alejandro Massari (1856) o De Clercq (1859), sin contar otros muchos anónimos.
Y esto de que la imagen se cree y se difunda simultáneamente en pintura y en fotografía es una excepción, por lo que yo sé hasta ahora. Lógicamente, ni en Roma ni en Venecia se produjo algo parecido. Venecia se venía pintando desde el siglo XV, desde Carpaccio no se dejó de pintar, aunque la densidad de imágenes creciera extraordinariamente en el XVIII con Guardi, Canaletto y los veduttistas, y otro tanto sucede con Roma a partir del XVI. Es verdad que tenemos también vistas antiguas de Sevilla, de viajeros europeos, vistas generales de la ciudad, o la Giralda (un lugar emblemá tico como fondo de algunas escenas religiosas, sobre todo de las patronas de la ciudad, Santa Justa y Rufina, las alfareras romanas), desde Sturmio hasta Goya, pero la imagen de la ciudad -los lugares, los tipos y las costumbres- se codifican en el siglo XIX, y lo hacen en cuadros y en fotografías.
Esta diferencia entre Sevilla y con otras ' ciudades "míticas" se debe a varias razones, pero tiene un responsable principal: un extranjero, como la mayoría de los fotógrafos que he mencionado, instalado en la ciudad y partidario de todo lo moderno. Me refiero al Duque de Montpensier, Antonio María de Orleans (1824-1890), quinto hijo del rey Luis Felipe de Francia (el rey burgués), que aspiró al trono de España y a casarse con la reina Isabel II, pero tuvo que conformarse en 1846 con su hermana la infanta Luisa Fernanda. A falta de trono madrileño, y huyendo de 1 París revolucionario, los Montpensier se instalaron en Sevilla en 1848 y allí establecieron su corte -"la corte chica"-, en la que no faltó un pintor de cámara -Joaquín Domínguez Bécquer (1817-1879) , tí o de Gustavo Adolfo y Valeriano- y un par de escritores -oficial uno, el francés Antoine de La tour, antiguo preceptor y secretario del duque, y extraoficial otra, pero no menos activa y devota hasta la náusea, Fernán Caballero.
Antonio de Orleans era un hombre abierto a los nuevos tiempos, práctico y buen empresario. Llevaba personalmente las cuentas de las plantaciones y de lo que se gastaba en hilo o en vinagre, y promovía iniciativas nuevas en la ciudad; agricultor avispado, aprovechando el buen clima sevillano, plantó naranjos, lo que le valió el mote de "rey naranjero", en una ciudad de rancios prejuicios sociales, que cantaba durante la revolución de 1968: Yo soy el rey nara1yero de las huertas de Sevilla.
Quise atrapant n sillón y 111e quedé con la silla" y, "agricultor moderno", introdujo el primer arado de vapor (comprado a los ingleses) en sus fincas de Sanlúcar. Montpensier se paseaba con botas de agua y paraguas, inauguraba la costumbre del veraneo en la playa, traía fotógrafos a Sevilla y establecía con ellos asociaciones comerciales para vender las fotos de la ciudad.
Moderno y abierto a estas inicativas nuevas, las combinaba con una visión clara de lo que era la ciudad (y de lo que podía ser); de ahí que -como un sevillano más- adoptase las tradiciones e incluso crease algunas:
Montpensier, que estaba muy lejos de ser un beato (lo que sí era la Duquesa, tan mojigata como apasionada su hermana la reina), participa con toda la familia en las procesiones de Semana Santa y de 1 Corpus, es hennano mayor de cofradías, dona mantos a las Vírgenes, y ellas (pintadas) presiden la escalera principal del palacio de San Telmo; restaura en 1859 la ermita de Valme en Dos Hermanas, donde se guardaba el pendón de San Fernando -conquistador de la ciudad- y en 1855 el convento de la Rábida, donde rezó Colón, o la iglesia de la Virgen de Regla en 1852 en Chipiona, el Salvador de Sevilla y el monumento pascual de la catedral, la casa donde murió Hernán Cortés en Castilleja de la Cuesta ... ; el Duque manda, además, hacer una galería de retratos de andaluces ilustres (en pintura y escultura) para colocarla en San Telmo, encarga copias de cuadros religiosos y se hace construir el palacio de verano en Sanlúcar de Barrameda en estilo neomudéjar (1854), adelantándose también en esto a la moda. En el año 1861, asumiendo su papel al frente de la "corte chica", los Montpensier se disfrazan de reyes moros en una fiesta de disfraces que organiza el conde de Fernán N úñez, mientras la reina Isabel 11 y Francisco de Asís van de reyes cristianos medievales, en una broma un tanto macabra dadas las aspiraciones del francés al trono.
Montpensier y la foto Probablemente gracias a Montperisier, Sevilla es la ciudad española donde se hacen -y de la que se conservan- más calotipos (negativos de papel), un procedimiento de corta vida aquí, que se practicó desde finales de los cuarenta y durante toda la década de los cincuenta. Quizá él mismo era fotógrafo aficionado -algo que casa bien con su personalidad- porque, cuando se inaugura en 1860 la estatua de Murillo en la plaza del Museo de Sevilla, el escultor, Sabino Medina, sugiere al Duque el mejor punto de vista para la foto.
Lo que sí sabemos con certeza es que Montpensier tenía una colección fotográfica muy importante (uno de los primeros daguerrotipos de la ciudad vista desde la Giralda, h. 1850, que son escasísimos), con firmas como las de Vigier y Tennison, entre otros. El vizconde de Vigier Goseph Vigier + 1862) está en la ciudad andaluza en 1850, y hace fotos ese año y el siguiente. Con ellas publica un Álbum y, aunque no está muy claro si Don Antonio de Orleans le llamó o simplemente se ocupó de él en la ciudad, la relación parece clara por dos razones: 1, el Duque tenía en su despacho de San Telmo un retrato del vizconde-fotógrafo, en un bajorrelieve de yeso; y 2, parece que la primera foto del Álbum es, precisamente, el palacio de San Telmo, con lo que halagaría a su mecenas; y.más, si tenemos en cuenta que un tercio de estas fotografías tienen motivos vegetales. Pero no sólo había que halagar a Monpensier, también a ros sevillanos y, sobre todo, había que suministrar "recuerdos" a los viajeros que iban a Sevilla o a los que "viajaban" desde el sillón del gabinete, contemplando las fotos sin moverse de casa. De ahí la Giralda, la Plaza de San Francisco, el Alcázar, Pilatos ... , pero también el hospital de la Sangre, los caños de Carmona, las ·puertas de la muralla, etc.
No todos viajaron a Sevilla por Montpensier. En 1845 William Stirling Maxwell estuvo en la ciudad con Ralph William Grey.
Stirling -uno de los primeros hispanistas- se proponía ilustrar su libro Annals of the Artists of Spain. Dos años después apareció una edición de veinticinco ejemplares con ilustraciones al talbotipo (talbotype illustrations), pegadas sobre las hojas de l libro -uno de los primeros procedimientos utilizados para ilustrar libros, y de los que también en Sevilla se encuentran algunos de los primeros ejemplos.
En 1849 pasó por Sevilla un médico inglés, Claudius Galen Wheelhouse, que iba en un barco (como Delacroix una década antes) y que hizo dos calotipos: el ayuntamiento y la plaza de San Francisco. Siguiendo una costumbre frecuente entonces, puso título a las fotos y contó algunas anécdotas. The, Guard House at Seville with. Soldiers Seated Around tituló la plaza y escribió:
"Otra vez tuve que recoger rápida1nente lo que pude, pues los soldados no tardaroll e11 alarmarse al ver algo que les resultaba muy nuevo, y dirigir111e a otro sitio desde donde conseguí captar una vista bastante buena de la plaza del mercado con la torre de la catedral, la Giralda, a lo lejos". Un texto que recuerda al que escribiría el fotógrafo inglés Robert Fenton unos años después en la guerra de C rimea, aunque por razones diferentes.
Francisco de Leygonie no iba de paso como los anteriores. Trabajaba en Sevilla desde mitad de la década, hacia 1845, y se anunciaba en la prensa (en 1851) en la calle Imperial como experto en todos los procedimientos, pero lo mejor que hizo fueron calotipos (y hasta muy tarde, 1859 o 1860). Alguna relación tenía con Montpensier porque, además de fotografiar la ciudad en "una vista general... sobre papel, de más de dos varas y medía de longitud", que, según la prensa, pensaba presentar al Duque, y anunciar una vista de San Telmo, hizo en 1859 un foto de la ermita de Valme, que se había reconstruido por iniciativa suya.
De paso estuvo E. K. Tenison entre 1852 y 1853. Pasó por Monserrat, Madrid y Toledo, pero dedicó la mayor atención a Sevilla, y recogió sus fotos en Recuerdos de Espaiia. Tenison estaba casado con una española, Luisa, que regaló el álbum (París, BN) a Sofía Valera (hermana de Juan Valera, el escritor) y duquesa de Malakoff Las fotos de Tenison son también calotipos, hechos con negativos de papel encerado y positivados en papel a la sal, de tamaño mayor que los de Leygonie.
En 1854, el fotógrafo inglés Charles Clifford, mucho más conocido por sus actividades al servicio de la reina Isabel II, está en Sevilla, en la calle de las Es<;:obas, y en 1859, a la vuelta de África, se instala en Sierpes.
R. P. Napper estuvo en España a finales de los años cincuenta y publicó un álbum con vistas de Andalucía, la mitad de las cuales eran de Sevilla y una de San Telmo. Napper vendió a Montpensier su volumen Views in Wales. The Vále efNeath, y hay una carta de 1864 en la que habla del interés del Duque por las vistas andaluzas.
Como en los álbumes de litografías, que publicaban sus paisanos, había lugares y también tipos (la sexta parte).
La familia Montpensier posó, además, para todos los fotógrafos retratistas importantes que trabajaron en Sevilla además de los citados (Enrique Godínez, Sierra y Payba, el italiano Ge loso).
Una sola ciudad A la hora de representar Sevilla, pintores, dibujantes, grabadores y fotógrafos eligen en el siglo XIX los mismos lugares, las mismas vistas de la ciudad (la Giralda, la catedral, la torre del Oro, la plaza de toros de la Real Maestranza de caballería, la plaza de San Francisco, el palacio de San Telmo, la Casa de Pilatos o la alameda de Hércules), y las toman desde idénticos puntos de vista.
La Giralda desde la calle Placentines, desde la Borceguinería o desde el Patio de los Naranjos (Dauzats, 1838 y un fotógrafo anónimo entre 1851-3). La torre del Oro desde Triana o desde el Guadalquivir (Manuel Barró n, 1840; Clifford, 1862). La Maestranza desde dentro, con la vista de la catedral y la Giralda al fondo, como la dibujaron Lewis y Roberts y la fotografió Tenison; los sevillanos fueron tan listos que hasta 1880 no cerraron las gradas para "permitirse" ver ese fondo espléndido desde el interior, y tener una distracción si la corrida era mala. La plaza de San Francisco hacia el sur, para cerrar la perspectiva también con la Giralda (Lewis y Clifford). El palacio de San Telmo, como la torre del Oro, desde Triana o desde el
río; y la Alameda de Hércules desde la entrada, con las columnas en primer plano. La ciudad desde el paseo de las Delicias, como la ven Ford (1832) o Manuel Barrón y L. Masson (h. 1856-65). Los paseos: el de Las Delicias (de Arjona), construido por el "asistente" en 1825, entre San telmo y Eritaña, o el de Cristina, construido también por Arjona (1828-30), al tirar la coracha entre la Torre del Oro y San Telmo, y llamado así en honor de la reina (Frith y Napper, 1857-62, con el mismo punto de vista que Ford y Esquive!, 1833). Las puertas de las murallas: la de La carne O oaquín Domínguez Bécquer y Vigier, 1850-1). Y muchos otros lugares como la casa de Murillo o el puente de barcas, luego de hierro (llamado en realidad de Isabel II, aunque siempre se le llamó de hierro), moderno, a la francesa y construido entre 1845 y 1852. También pintores y fotógrafos se ocupan de los mismos tipos. Bandoleros como el Véneno, que retrató Richard Ford cuando le iban a ajusticiar, o los que mandó fotografiar Zugasti, como "Antonio Vázquez, de Sevilla. Preso por el sr. gobernador de Córdoba como secuestrador de los ingleses y luego muerto por la Guardia Civil, de h. 1870, (colodión/ albúmina), pero cuidadosamente peinado, o las cigarreras.
Las cigarreras constituyen un tema apasionante por sí solo. Las encontramos idealizadas, como en las litografías de Chamán (Costumbres andaluzas, 1850-2); convencionales, como la que fotografió Lau'rent (h. 1870, "type d'aprés nature"), seguramente no en Sevilla, sino en Guadalajara, Alcalá de Henares o Toledo, y formando parte de una serie; más o menos compuestas, como las que retrataron Beauchy (h. 1875-85, gelatina/albúmina) o Krafft (h. 1892 ... con un interés documental- , gelatina/albúmina) por el peinado, como el bandolero Antonio Vázquez, recreando un espacio mítico (el de la fábrica de tabacos).
Cigarreras hay muchas, en pinturas, grabados, fotos y textos. La mayoría ideales y seductoras, como la Carmen de Mérimée o la Conchitade Pierre Louys. La pintura y la literatura del siglo XIX nos tienen acostumbrados a una imagen de la Fábrica de Tabacos y de las mujeres que trabajan en ella, idílica, incluso muy cargada de fuerza erótica (que crece a medida que avanza el siglo). Los viajeros que pasaban por Sevilla no podían (ni querían) resistir la tentación de entrar en aquel gigantesco harén -el mayor del mundo-, donde se concentraban más de cuatro mil mujeres.
Jóvenes y hermosas a los ojos de muchos, hasta caldear por encima de la temperatura ambiente a los más atentos; en camisa, según algunos, o sin ella (P. Louys), había tambi én ancianas y niñas, o madres que liaban tabaco sin perder de vista al recién nacido que tenían al lado en el cesto; o le amamantaban, con una leche en la que Hauser encontraba nicotina. Al médico higienista el polvo de tabaco no le provocaba oleadas de placer, cb010 a otros visitantes, sino quejas por los catarros y las enfermedades de la piel que producía en las mujeres.
Si muchas eran jóvenes, hermosas y desenvueltas como las dos seductoras creadas por los franceses, también había otras, como Manuela Águila "de edad de 45 aFtos, es viuda: tiene tres hijos, dos mellizos menores de 13 años, y otro de 1 O; lleva 35 de asistc11cia a la Fábrica; 1nalltiene, ade111 ás de sus tres hijos, á su madre y á u11a her111a/la den1e/lte; es de buena conducta y 111uy aplicada al trabajo" . Gracias a estos méritos, Manuela ganó en 1861 el "premiolimosna para las operarias de la Fábrica" que concedían los Montpensier.
La imagen real de Manuela -en la fábrica desde los diez años- estaba sin duda muy lejos de las muj eres que pintaron Gonzalo Bilbao, García Ramos o el belga Meunier, y más cerca de la Ni1la algodonera de Carolina que retrataría años después (1908) Lewis Hinecon la cámara.
En dibujos, grabados, óleos y fotografías podemos ver también los medios de transporte que utilizaban las cigarreras para ir al trabajo, como el embarcadero de Triana, mucho más próximo a la Fábrica que el puente de hierro (Gerardo Palau, y Anónimo, h. 1904, postal). Las actividades individuales de los artesanos (zapateros, alfareros, escribanos de portal, cesteros, panaderos y muleros), y las colectivas de la ciudad: la feria y las procesiones de Semana Santa. Estas últimas son motivo plástico habitual desde 1851, cuando el francés Dehodencq pintó Una cofradía pasando por la calle Génova (1851, como pendant del]aleo en los jardines del Alcázar), costumbres como pelar la pava (Chomón, 1850-2; Napper?, h. 1857-62) y trajes tradicionales, que merecen un comentario.
Los trajes tradicionales (cortos o de majo), con chaquetilla corta y polainas, aparecen ya descritos por Delacroix en 1832 en una carta a su amigo Jean-Baptiste Pierret -"Vi a los graves espaíioles con traje a los Fígaro". Años más tarde será Carmen de Bi2'.et el punto de referencia, pero ahora todavía es El barbero de Sevilla de Beaumarchais.
Richard Ford, su hijo Brubby, Don Antonio de Orleans (1849,J. D. Bécquer) y sus hijos (un infante, 1865), caballeros desconocidos (Baucorps, 1858, calotipo), Francisquito Cabral -hijo del pintor- y el propio Alfonso XII, cuando visita Sevilla de niño (G. Ortiz, 1862, colodión/albúmina), visten el traje corto, de "majo serio", que les cosían en la sastrería de Penda, en la calle Borceguinería, junto a la Giralda. Los ingleses Ford y Borrow protestan por el abandono del traje tradicional en favor de los "algodones de Manchester" y la moda de París. Aunque -puestos a protestar-, donJorgito, que era un chinche, se queja también del ridículo que, según él, hacen los extranjeros vistiendo de majos y majas, y se ríe del barón Taylor, a quien se encontró en la puerta de Jerez vestido con "zamarra".
También las mujeres lo vestían, y Harriet -la mujer de Richard Ford, y la responsable de que cayeran por Sevilla- se viste de negro y con mantilla. Así la pintan]. F. Lewis y José Gutiérrez de la Vega; también lo visten la condesa de Teba y la infanta Isabel en la visita a Andalucía de 1862. La reina Isabel II tenía uno, que le regaló la duquesa de Medinaceli (en 1854), aunque no sabemos si se lo pondría en privado, y cuando la emperatriz Isabel -Sissí- pasó por Sevilla en 1861 también compró uno.
A Borrow le parecería ridículo pero el conde d e Ybarra demostraba una gran inteligencia al retratarse de majo: era vasco y fue uno de los inventores de la Feria, junto a un catalán, Narciso Bonaplata, que ya tenía una fundición en la ciudad. Ellos formaban parte de un grupo de hombres emprendedores (como el propio Montpensier, y como su compatriota Laverrerie, Pickman, el inglés de la fábrica de cerámica de la Cartuja), que se establecieron en Sevilla al calor de las posibilidades de la ciudad y que hicieron posible la primera feria en 1847, los días 19, 20 y 21 de abril. Inicialmente feria de ganado y agrícola, muy pronto se convirtió en el espacio lúdico que es todavía hoy. Ya en 1851 Juan Valera ella exclusivamente en estos términos cuando habla de escribe a Estébanez Calderón: "Había en la feria el más alegre bullicio que imaginarse puede; gente de toda la Andalucía, vestida con el traje del país, gitanos, ingleses, majos y niñas de feria ... ; muchas de las principales señoritas de La ciudad salieron vestidas a lo majo ... las que no, iban todas con mantilla y en el modo de andar, contoneo airoso, modales, mamjo del abanico, esgrimir de miradas e inimitable desenvoltura, dando a conocer a tiro de ballesta que eran hijas de la Tierra de María Santísima".
La atracción de Sevilla era tan grande que en 1867 fueron sesenta mil visitantes a una ciudad de ciento veinte mil, y los periódicos se preguntaban "¿Cabremos en Sevilla?". Ya en 1850 Sevilla desbancaba a Toledo como punto de interés en Semana Santa.
La ciudad de Hauser Tanto en pintura como en fotografía, o en literatura, es difícil encontrar la verdadera Sevilla. Ni Bécquer ni Cabra! Bejarano, ni Mesonero ni Pierre Louys estaban interesados en ella. Tampoco la mayor parte de los fotógrafos. A pesar de que el primer nombre que tuvo la fotografía (el daguerrotipo) fue "espejo de la verdad",jugando con la idea de una superficie metálica que refleja lo que hay y ausencia de lápices o pinceles, la fotografía es capaz de mentir tanto como la pintura, y así lo ha venido haciendo desde su nacimiento ( cu;:indo Bayard engañó a París con su foto como ahogado en el Sena en 1841). Desde entonces no podemos dejarnos engañar por la esencia "documental" de la fotografía, que sólo lo es a veces. Esas pocas veces nos sirven para ahondar un poco en la Sevilla del siglo XIX, donde no todos los hombres eran toreros o bandoleros ni todas las mujeres bailaoras o cigarreras.
Esas pocas y la literatura médica, porque si la imagen más risueña de Sevilla se la debemos a los ingleses, la más certera (y la más cruda) se la debemos a un húngaro. Philippe Hauser había estudiado en Viena, Berna, París y Londres, antes de llegar a Sevilla en 1872 y, cuando en 1882 dice que Sevilla le recuerda a una ciudad árabe, no está haciendo un piropo sino una comparación peyorativa, como médico higienista y hombre del siglo XIX que era.
El libro de este médico (Estudios médicotopográficos de Sevilla, Sevilla, Tomás Sanz), publicado en 1882 y fruto de diez afios de estudios sobre las condiciones climáticas y sanitarias de la ciudad, nos ensefia una Sevilla que está muy lejos de ser "la ciudad alegre y confiada", el edén, la arcadia o el paraíso de los escritores y los pintores.
Las "pintorescas" calles estrechas estaban llenas de barro y de basuras porque no había un buen sistema de alcantarillado ni de recogida de basuras. Cuando Richard Ford busca alojamiento en Sevilla para establecerse con su familia (la casa de los marqueses de la Granja, en la calle Monsalves), el propietario sevillano que se la alquila consid~t-;t un insulto que el inglés quiera instalar un retrete en ella, "que ningún espafiol limpio usaría". Los pozos negros, además, contaminaban las aguas de los pozos para beber. Hasta 1882 no hubo agua corriente de fiar, el "agua de los ingleses" (de la Seville Water Works Company Limited); hasta 1894 no se generalizó -es un eufemismo- la luz eléctrica, con la Compafiía Sevillana de electricidad; en el afio 1833 la oscuridad de las calles "donde no hay gas, y sólo aquí o allá reluce una lámpara vacilante ante una imagen de la Virgen" , recuerdan una representación en vivo de El barbero de Sevilla. Las pocas fábricas que hay (tabacos, matadero, tenerías, jabones, almidón ... ) y los almacenes, vierten los deshechos a la calle y al río.
El encanto de esas calles estrechas llevaba consigo la falta de sol y ventilación de las casas humildes, en una población distribuida de manera dramáticamente desigual: la densidad de población era muy baja, pero eso sólo significa que la burguesía y la aristocracia vivían en casas amplias y ventiladas en torno a un patio, las "casas sevillanas", y todo el resto de la población hacinado en corrales. Según Hauser, en 1882 había 12.493 edificios, de los cuales un tercio, más de 4.000 (situados entre el río y la Encarnación) eran de una sola familia; 5.000 estaban habitados por 2,3 y 4 familias; y en 794 corrales de vecinos vivían (como podían) 46.337 personas (un tercio de los habitantes de la ciudad, 46.337 de 133.158).
¿Resultado? una mortalidad muy alta, especialmente entre los débiles -el 29% de los niños mueren antes de cumplir los dos años-; entre 1890 y 1899 morían el 42 por 1.000 (cifra entre Bombay y El Cairo. La propia mortalidad de los infantes Montpensier -7 de 9- se ha llegado a atribuir a las aguas contaminadas de San Telmo). Nada que envidiar a la Barcelona de Cerdá o al industrial Manchester.
Tampoco los edificios públicos eran más higiénicos (los hospitales, las -pocas- escuelas, los teatros ... ) ni las autoridades se ocupaban de lo que era su responsabilidad.
Estos datos hari dado lugar a términos como "Sevilla inerme", de Carlos Posadaso "la ciudad de la muerte", de la que hablaba José Andrés Vázquez en 1918.
Cuadros y fotos Pero si es verdad que es difícil encontrar la verdadera Sevilla tanto en pinturas como en fotografías, lo es también que en éstas (las fotos) encontramos algunas notas de modernidad en la ciudad, como:
- los gimnasios, el de Montpensier, en los jardines de San Telmo (Laurent, h. 1870, colodión/albúmina), coherente con su mentalidad y con las ideas higienistas del siglo; y
el de López, fotografiado hacia 1860 por L. Masson (?),colodión/albúmina); - los trenes, que llegaron en los años cincuenta (el que engalanan para la visita de Isabel II en 1862, foto Leygonie, y el de Sevilla a Córdoba de la litografía de Santigosa, 1866) - encontramos también gentes, individuos, no sólo tipos, como los gitanos de Napper (1857-62), bien distintos de los pintados por o de los que fotografía Clifford o Beauchy (1875-85, gelatina/albúmina). Estas mujeres de Clifford (Antonia, Ceroma, María y Magdalena Loreto) están bien vestidas, con trajes nuevos, posando para la foto en actitudes "típicas", amagando un paso de baile o tocando la guitarra, en un ambiente (en un marco) apropiado. Las de Napper por el contrario no se han disfrazado, llevan la ropa (vieja y sucia) de todos los días, no miran complacientes a la cámara, cierran los ojos porque les molesta el sol, se apoyan contra el muro o se ponen en cuclillas, sin ceder ante las exigencias del fotógrafo, de la cámara o nuestras como espectadores.
Otro tanto podemos decir de los artesanos:
Sevilla es una ciudad de artesanos:
zapateros de portal, cesteros, muleros, panaderos y alfareros. En general, y a pesar de que hay muchos ejemplos, la pintura nos da poca información acerca de estos oficios, limitándose al
tipismo (zapatero) o a lo sentimental (escribano), y las excepciones son tardías, como el mulero de Meunier ( 1882); tampoco la fotografía nos da mucha a veces -como el panadero de Alcalá de Guadaira, de Krafft (h. 1892, gelatina/albúmina- ); otras sí, como los cesteros (h. 1886-95, gelatina/albúmina) o el niño alfarero de Triana (h. 1892, gelatina/albúmina), tan niño y tan trabajador como los que retrata Lewis Hine en Virginia (USA) pocos años después (1908), con la diferencia de que aquéllos trabajan en la industria y éste en la artesanía, sonriente; Sevilla sigue mostrando su cara más amable. A pesar de la unidad de temas y puntos de vista, podemos encontrar también algunas diferencias entre pinturas y fotografías. Las
fotografías suelen aparecer más vacías -menos "pintorescas"- por razones técnicas; si hay gente y se mueve aparece borrosa; por tanto, se fotografían lugares vacíos o casi (la plaza de San Francisco, por ejemplo), sin los hombres con capa y sombrero que vemos en los cuadros. Por las mismas razones aparecen más cercanas a la realidad, más vivas, con gente que se mueve (a fin de siglo~, ,bullicio y falta de orden, distintas de las pinturas y los grabados, que "limpian" la imagen, seleccionan y "ordenan" lo que hay. Esto se ve en las fotos de la feria (anónimo 56-65), de las procesiones, las corridas de toros (Beauchy, 75-85), o de viviendas como el Corral del Conde: en la xilografía (1861, E. Roch y Rouarge) todos se dedican a actividades "típicas", mientras en la foto simplemente posan. Lo mismo que las calles: las de los pintores sólo acogen actividades pintorescas; las de los fotógrafos no (Ramón Almela, c. Amor de Dios, h. 1886-95, gelatina/albúmina) Hay también una atención en la fotografía por aspectos poco frecuentes en la pintura, más relacionados con los intereses positivistas y científicos que con el tipismo. Así vemos plantas exóticas en fotos del conde de Vigier y en las de Laurent (palmeras, chumberas, aloes, zapotes y plataneras, yucas), chocantes para un europeo de más allá de los Pirineos (el mismo interés guiaba por las mismas fechas a un pintor americano, Edwin Chrurch, rumbo al Trópico, y las pintaba con la misma atención que hay en las fotografías de Vigier). Las fotos responden al interés de Montpensier por la botánica, y se sabe que el jardín de San Telmo, en el que reunió "las más excepcionales plantas, los árboles más frondosos", era uno de sus mayores orgullos.
Deseoso de transmitir a sus hijos sus aficiones, les dio a cada uno un trozo de terreno, que cultivaban con sus propias manos y de cuyos frutos tenían que rendirle cuentas. Generoso, además, con la ciudad, Montpensier abría sus jardines al público todos los años a finales de abril.
Hay también en la fotografía intereses arqueológicos (vistas de las ruinas de Itálica, que pasan a la litografía -Clifford, 1862, o fotos del casco de Atenea de la Casa de Pilatos o azulejos del patio-Laurent, h. 1870-2), y artísticos: vistas de las salas y los patios del Alcázar (Clifford, h. 1854, muy escasas en pintura (Rosendo Fdez., 1871, patio Doncellas) o de Pilatos (Massari, 1856-65). Las catástrofes y las obras, como la restauración de la catedral después del hundimiento de 1883 (Beauchy, h.1883-6, gelatina/albúmina) o el desbordamiento del Guadalquivir (h. 1875-85, Beauchy, gelatina/albúmina), en una ciudad en la que este hecho formaba parte del paisaje cotidiano, y más desde que se derribaron las murallas. Para encontrar una imagen de las inundaciones hay que esperar a finales de siglo (1892, La alameda inundada. Marzo de 1892, Sevilla, col. Antonio Plata del Pino).
La foto atiende a lugares menos pintorescos que la pintura, como el rincón de las murallas que fotografía Massari (1856-65), y que, excepcionalmente, tienen un reflejo muy cercano en pintura (Achille Zo).
Tampoco hay damas piadosas en la foto, a pesar de que era uno de los temas favoritos de la pintura sevillana (desde el siglo XVII, pero más en el XIX). No parece extraño. El prejuicio victoriano de "ya sabemos que existe, pero no hace falta que nos lo enseñen con crudeza", que funcionó a la perfección en una foto como Fading away de Robinson, estaría también presente en la Sevilla del XIX. ¿A quién que no fuera Hauser para ilustrar su libro podría interesarle semejante fotografía?
Porque no podemos olvidar que estamos hablando de productos que se venden. Cuadros de pequeño tamaño con la Giralda, la Torre del Oro, un torero o una bailaora, que se llevan bien de viaje como recuerdo, unos turistas extranjeros que esperan sólo "tipismo y diferencia" con sus lugares de origen; o cuadros más grandes, destinados al consumo local, que la burguesía sevillana auto satisfecha cuelga en las paredes de su casa para verse en la procesión o en la feria, en imágenes de calma y sin tensiones sociales, o fotos que se pueden comprar en la propia Sevilla o en el estudio que el fotógrafo tiene abierto en París, Londres o Bruselas.
Sin embargo la pobreza -extrema- era una realidad y las desigualdades sociales eran pavorosas. Y hay un documento impagable: un librito de 1861, titulado San Telmo. Recuerdos del Jo. de enero de 1861, Sevilla, Francisco Álvarez y Cía. (s.a.), que se publicó con motivo de la primera comunión de una de las hijas de los Montpensier. En él se da noticia de las fiestas que se celebraron con este motivo y de los actos de caridad, los "premios-limosna", como se les llama. Este piemio-limosna se concede a un estudiante de Camas, un soldado de la guerra de África, un peinero, y cinco criadas, cuyas historias son a cual más trágica (pero eso sí, todas dóciles y caritativas), entre las que se reparten cien duros.
A la ceremonia religiosa invitaron a 30 niñas pobres -"quizás las más pobres de Sevilla" y el refresco lo sirvieron las cuatro princesas. Azoradas y confusas las niñas endomingadas, cuenta la crónica que "al servirlas helado decían las pobrecitas que les quemaba la lengua, y al darles Champagne, decían que las picaba la boca" De todo esto, sin embargo, la única imagen que nos queda es la fotografía de la niña arrodillada y vestida de primera comunión: bien vestida y en una ceremonia religiosa.
El mundo está en orden.
Pero algunas campanas debían sonar todavía fuera de España, en Inglaterra, por ejemplo, a comienzos de los años treinta del siglo XX, cuando la pintoresca familia Durrell -la tribu formada por la madre viuda y sus cuatro hijos, todos acatarrados- piensa dejar su lluvioso país en busca de un clima más benigno y una cesta de la compra más barata. El panorama que describe Gerald es desolador (y tronchante):
"Vista en conjunto, aquella tarde mí familia no efrecía un aspecto demasiado atractivo, pues el clima reinante hribía traído consigo la habitual serie de males a que éramos propensos. A mí, tirado en el suelo mientras etiquetaba mí colección de conchas, me había provisto de un catarro que parecía haber fraguado en el cráneo, obligándome a respirar estertórea1nente con la boca abierta. Para mí hermano Leslíe, arrebujado con cara de mal genio junto al Juego, llegó una ífiflamacíón interna de oídos, que le sangraban lenta pero persístente111ente. A mí hermana Margo le había deparado un surtido fresco de acné sobre su cara ya moteada de antes como un velo de puntitos rojos. Para mí madre hubo un opulento y burbujeante refriado, sazonado con una pizca de reuma".
Larry (Lawrence Durrell) propone ir a Grecia y la madre sugiere que vaya él delante, a lo que se niega argumentando que unos años antes, "me pasé dos meses íntennínables sentado en Sevilla esperando que aparecieras, mientras vosotros no hacíais más que escríbínne cartas kilométricas sobre el alcantarillado y el agu? pe beber, corno sí yo fu era el secreta río del Ayuntamiento o algo así.
(María de los Ángeles Santos García Felguera)
Viajero nestoriano:
A finales del siglo XIII, mientras Marco Polo realizaba su gran periplo a tierras del Lejano Oriente, un monje nestoriano de origen chino, ponía desde Pekín rumbo a la Europa cristiana como emisario de Kublai Khan y de los Iljanes mongoles de Persia. Bar Sawmâ, que así se llamaba aquel monje, recogió su relato por escrito en un manuscrito que llamó “El Viaje al Gran Occidente”, pero a diferencia del gran veneciano, su obra quedó en el olvido hasta que en el siglo XIX salió a la luz en unos viejos pergaminos del siglo XIV aparecidos en una iglesia del Kurdistán iraquí. Esta es la historia de aquel Marco Polo “a la inversa”.
EL NESTORIANISMO EN CHINA: UNA BREVE SEMBLANZA
Cuando en el primer cuarto del siglo XIII, nace Rabban Bar Sawmâ, un turco-mongol de confesión nestoriana, esta rama del cristianismo ya estaba radicada en China desde hacía siglos y era una de las minorías religiosas más importantes de la Ruta de la Seda y en la China medieval.
Pero ¿Qué era el nestorianismo? ¿Cómo empezó su presencia en China?
Según cuenta una tradición, fue el Apóstol Santo Tomás quien predicó primero el cristianismo no sólo en India sino en Seres, el Lejano Oriente, que era como conocían los romanos a lo que hoy es China.
Posteriormente, ya en el siglo III, Arnobio nos cuenta en su obra “Adversus Gentes” cómo la emergente religión cristiana estaba ya establecida entre las gentes de Seres (Nombre latino de China), Persia y Medes.
carta de Arghun a Felipe el Bello de Francia fechada en 1289. En ella se menciona a Bar Sawmâ'
carta de Arghun a Felipe el Bello de Francia fechada en 1289. En ella se menciona a Bar Sawmâ'
A principios del siglo V, el patriarca Nestorio predica su particular visión de la Divinidad, según la cual, Jesucristo estaría separado en dos naturalezas, una humana y otra divina, Dios y hombre al mismo tiempo, pero formado de dos personas (prosopōn) distintas y la Virgen María era Madre de Jesús, pero no de Dios.
Estas teorías contradecían seriamente los dogmas establecidos en los concilios de Nicea y Constantinopla y finalmente, en el 431, en el Concilio de Éfeso, las ideas de Nestorio fueron consideradas heréticas y ‘non gratas’ en el Imperio Romano prohibiéndose su enseñanza. Los seguidores nestorianos se vieron obligados a partir al exilio, a tierras de Oriente Medio, donde en las décadas siguientes establecieron misiones religiosas entre los árabes lajmíes y en lo que era el Imperio Sasánida donde fueron apoyados por el shah Pirûz I.
Posteriormente, a través de la Ruta de la Seda, el nestorianismo siriaco llegó a Asia Central y las fronteras de lo que hoy es Uzbequistán (Samarkanda) y el Turquestán (la actual Xingjiang china), penetrando hacia Manchuria, Tibet y Mongolia y en el sur de Asia, llegaron a la India.
No se sabe con certeza cuando se establecieron permanentemente los nestorianos en China: Según algunas fuentes orientales, como Ebedjesus, Arqueo, obispo de Seleucia, ya habría establecido una misión nestoriana en China en una fecha tan temprana como el 411. Sin embargo, lo más probable es que fuera hacia los siglos VI-VII de nuestra era tal como lo atestigua arqueológicamente la inscripción conocida como “Estela Nestoriana”, presente hoy en el Museo de Beilin y datada en el 781, que describe la existencia de comunidades nestorianas en diversas ciudades del norte de China y cómo en el 635 llegó desde Oriente Próximo el misionero siriaco Olopen (quizás una forma china para Abraham o Rubén, según qué autores) con varios monjes nestorianos que trajeron imágenes y textos sagrados. Alopen contó con el reconocimiento y apoyo del emperador Taizong, de la Dinastía T’ang, para establecerse y propagar en China la nueva fe en Chang’an (hoy Xi’an). Sin embargo, tiempo después, Wuzong (840-846), otro descendiente T’ang, acabaría prohibiendo en el siglo IX “las religiones foráneas” como el cristianismo nestoriano o el budismo.
Sin embargo, el nestorianismo no se detuvo y prosiguió desde su sede episcopal en Bagdad sus misiones evangelizadoras en Asia Central donde predicaron entre los uigures, los öngüt, los protomongoles naimanos, los khitanes y especialmente, a principios del siglo XI, entre los keraitas (pueblo turco-mongol) tal como nos confirma el cronista siriaco Gregorio Bar Hebraios.
En los siglos siguientes y hasta la llegada de Gengis Khan, la presencia cristiana era muy importante tal como lo atestigua el historiador persa Rashid ud-Din Hamadani, una de las principales fuentes históricas de este periodo.
Es bajo el periodo de los mongoles, en la segunda mitad del siglo XIII, cuando el nestorianismo conoce una segunda etapa de esplendor con Kublai Khan, nieto de Gengis Khan, e hijo de una princesa turco-mongola kairita de religión cristiana nestoriana llamada Sorgaqtani.
PRIMEROS AÑOS DE LA VIDA DE RABBAN BAR SAWMÂ:
Hacia 1264, Kublai Khan fundó Khanbaliq (“la residencia del gran Khan”), conocida también como Da’du o Tai’tu y que sería el embrión de lo que sería hoy Pekín. Es en este lugar o en sus alrededores cuando nace unos años antes, en 1220, en el seno de una familia acomodada nestoriana, Rabban (“Maestro” en siríaco) Bar Sawmâ. Durante años en su infancia y juventud, nuestro protagonista recibió una esmerada educación y aprendió turco, mongol y muy posiblemente el persa.
Según el ya citado historiador Gregorios Bar Hebraios, Bar Sawmâ era de origen turco de un linaje llamado Xipan (muy posiblemente uyghur, etnia turca del actual Xinjiang /Turquestán chino); sin embargo, algunas crónicas chinas nos le presentan como perteneciente a otro pueblo, los Öngut, en el que la mayoría de sus miembros eran nestorianos y vivían al Este de China y Asia Central. Este pueblo fue siempre leal a los mongoles desde los tiempos de Gengis Khan y entre ellos surgieron administradores y servidores (semu) adscritos a la burocracia del Khan como Korgiz (Jorge).
Hacia 1248, siendo joven y a pesar de estar comprometido para casarse, Bar Sawmâ decide entrar en la vida religiosa renunciando a una vida laica como posible comerciante o miembro de la administración del Gran Khan tal como querían sus padres.
Retirado en una cueva se convierte en un gran asceta y eremita quien enseguida goza de una gran reputación como hombre santo y sabio entre los feligreses locales nestorianos por su capacidad de dar consejos y su gran bondad.
Quizás de esta etapa ascética y contemplativa vendría el epíteto de “Bar Sawmâ” (Hijo del Ayuno) con el que sería conocido siglos más tarde.
UNA PEREGRINACIÓN QUE ACABÓ EN MISIÓN DIPLOMÁTICA.
Poco tiempo después tras su etapa como ermitaño, Bar Sawmâ ingresa en un monasterio. Su fama y ascetismo aumentan y durante décadas se convierte en maestro o “Rabban” añadiéndolo desde entonces a su nombre.
Es aquí cuando un joven, Marcos (nacido en 1245 y de origen uyghur), admirador del ascetismo de Bar Sawmâ, decide ofrecerse como discípulo de nuestro protagonista.
Tras 15 días de prueba, finalmente, el joven Marcos pasa al servicio de Bar Sawmâ y ambos deciden viajar a Jerusalén en peregrinación a visitar el Santo Sepulcro. Es el año 1278/79, la época en la que Marco Polo ha llegado a tierras chinas. No sabemos si ambos viajeros llegaron a encontrarse.
Nos cuenta el libro del viaje de Bar Sawmâ que ambos fueron provistos de sendos salvoconductos que les proporcionaron el arzobispo metropolitano de Pekín y unos nobles parientes cercanos a Kublai Khan. Con los recursos proporcionados por los feligreses locales nestorianos reúnen grandes cantidades de víveres, monturas y regalos como vestimentas, alfombras, oro y plata.
Los dos monjes se niegan al principio a llevar tal equipaje por considerarlo una carga y una ostentación, pero los feligreses insisten que serán útiles para darlos como regalos y donativos a los monasterios y comunidades cristianas que encuentren en la ruta, tras lo cual acceden ambos clérigos a llevárselos en su viaje.
También es interesante ver cómo lo que iba a ser sólo una peregrinación privada a Jerusalén termina convirtiéndose en una misión diplomática a Occidente. Como cree el traductor del manuscrito del viaje de Bar Sawmâ, el orientalista E.A. Wallis Budge y con él varios historiadores, se trataría de una embajada realizada con fines propagandísticos, en parte para promover el acercamiento a los reinos cristianos de cara a una posible conquista de Jerusalén y también para establecer una alianza mongol-occidental contra los mamelucos y sultanatos islámicos.
Recordemos que el propio Kublai Khan era hijo de una cristiana nestoriana y que también en esta época se extiende el mito del Preste Juan, cuya leyenda pudo fraguarse en estas tierras de Asia Central, Mongolia y el Turquestán poblado por tribus túrquico-mongolas cristianizadas.
En este viaje a Tierra Santa, los dos monjes nestorianos deciden usar la antigua Ruta de la Seda aprovechando sin duda la red de comunidades nestorianas que albergaba cada etapa de esta travesía.
De estas comunidades cristianas nestorianas también da noticias Marco Polo en su “Libro de las Maravillas” que en esta época estaban conociendo una segunda edad de oro, amparadas por la tolerancia hacia otras religiones practicada en los distintos kanatos mongoles que cruzaban toda Asia desde el Mar de China al Mar Negro.
Cruces nestorianas de finales del siglo XIII en tumbas chinas. La influencia estética del budismo y del taoismo chino es evidente.
COMIENZA EL VIAJE: HACIA OCCIDENTE:
Con un ingente viaje por delante, la caravana de Bar Marcos y Bar Sawmâ comienzó un camino que les llevó en una primera etapa hasta Tangkut[1] donde fueron recibidos calurosamente.
El viaje prosiguió hasta Ningxia a través del Río Amarillo. Desde allí enlazaron con el ramal sur de la Ruta de la Seda bordeando el desierto de Taklamakan hasta llegar a Miran y siguiendo en parte el curso del río Chenchen hasta Khotan. Esta etapa estuvo llena de penalidades a causa del clima predesértico y la ausencia de agua. Sólo tras ocho días de viaje agotador y penoso llegaron hasta Khotan donde pudieron proveerse de víveres y agua fresca.
Sin embargo, en esta zona, había también una guerra y crisis política internas que venía desde la disgregación del imperio mongol hacia 1240 y que dividió el gran Imperio de Gengis Khan en cuatro grandes regiones o kanatos, que con frecuencia tenían enfrentamientos entre sí. Cada uno de ellos estaba gobernado por un kan y a la vez bajo la soberanía más o menos efectiva del Gran Kan aunque cada vez más esta autoridad era más nominal que oficial. Eran la Horda de Oro (Rusia), el Ilkanato (Oriente Medio), el Kanato de Yagathai (Asia Central) y el Gran Kanato (Mongolia y China).
Esta guerra interna entre kanatos así como la amenaza de los pueblos no sometidos a la autoridad mongol, trajeron la destrucción de poblaciones y la huída y muerte de sus habitantes locales y así nos lo cuenta la crónica de Bar Sawmâ cuando nos describen las ciudades despobladas y devastadas y sin recursos que encuentran los dos monjes nestorianos a su paso. Este vacío demográfico fue aprovechado por Kublai Khan para crear una ‘zona de nadie’ que protegiera los amplios dominios chinos y centroasiáticos imperiales frente a los inestables y belicosos kanatos vecinos.
Esta carestía y hambruna afectó también a la ruta que hacían los dos monjes nestorianos. Tras superar estas dificultades, llegaron hasta Kashgar, también antigua etapa caravanera de la Ruta de la Seda y poseedora de un gran oasis. Esta ciudad fue visitada por Marco Polo hacia 1273 ó 1274 y nos la describe como poseedora de una importante comunidad cristiana. Sin embargo, cuando llegan los monjes nestorianos la crónica nos dice que a causa de la guerra era una ciudad despoblada y que había sido saqueada.
A pesar de ello y de las amenazas de bandidos o enemigos, la caravana prosiguió desde la vacía Kashgar atravesando las montañas hasta llegar a Taraz (Talas), lugar del actual Kirguizistán. Históricamente, el valle del río Talas, había sido el límite máximo de la expansión china hacia el Occidente y pasó a la Historia en el 751 cuando en sus márgenes tuvo lugar una decisiva batalla entre árabes musulmanes abasíes y chinos T’ang que supuso el inicio del dominio islámico en Asia Central. Estas regiones eran conocidas como la Transoxiana y hasta ellas habían llegado siglos atrás Alejandro Magno y sus tropas. En Talas, nos cuenta la crónica de Bar Sawmâ, fueron recibidos por Qaydu, sobrino de Kublai Khan, a quien piden un salvoconducto que garantizase su protección contra posibles amenazas en el camino y las inseguridades por las que atravesaba la zona.
Desde Talas el viaje de los dos monjes nestorianos continuó no sin penalidades hasta Tus, capital del kanato de Jorasán (hoy en Irán) a donde llegaron casi sin dinero, ropa ni provisiones al Monasterio nestoriano de Mar Sehyon en las cercanías de esta ciudad y fueron recibidos por el obispo local.
Posteriormente, alcanzaron después Maraghah (actual Azerbaiyán y capital del kanato de Hulegu Khan) donde fueron recibidos calurosamente por Mar Denha I, katholikós o Patriarca de la Iglesia de Oriente quien los hospedó y acogió durante unos días. Los dos monjes piden permiso para viajar a Bagdad y desde ahí hacer un peregrinaje por distintas zonas de Mesopotamia.
Mar Denha I les prepara el viaje por sus diócesis concediéndoles vituallas, un guía local, una carta de recomendación y de salvoconducto (pêthîjâ) en la que se solicitaba a las comunidades que les acojan su asistencia a los viajeros nestorianos de Pekin.
Los dos monjes recorren distintas zonas con presencia monástica y de peregrinaje y comienzan por Bagdad llegando luego hasta Arbil, Beth Garmai, Sinyar, Mardin, Mosul y Ctesifonte donde visitan tumbas de profetas como Ezequiel o Mar Mari y hombres santos. Su viaje de peregrinación termina en el Monasterio de Mar Mikael de Tar’il en donde obtienen una celda para retirarse por un tiempo.
Sin embargo, Mar Denhâ I les manda llamar y les encomienda una misión diplomática y es ir hasta la corte del Kan Abaqa, hijo de Hulegu Khan y solicitar de él la documentación real que confirmaba como katholikós al Patriarca. Abaqa era budista y estaba casado con la hija del emperador
Cruces 'Ordos' de la época de Bar Sawma.
Ambos monjes aceptan la misión diplomática con la condición de ser acompañados por un emisario ante Abaqa. A cambio, los dos monjes se presentarían ante Abaqa y entregarían esta documentación al emisario quien la haría llegar el patriarca y continuarían viaje hasta Jerusalén pasando por Ani (Armenia) y Georgia esperando llegar a la costa y alcanzar Jerusalén por mar. Pero se encuentran con una situación política y social inestable en esta zona a causa de los saqueos y bandidos y de las tensiones entre los mamelucos y sus enemigos mongoles y deben volver ante Mar Denhâ quien los recibe de nuevo.
El Patriarca toma una decisión para cada monje que determinará que no cumplan su deseo de ir a los Santos Lugares de Jerusalén: Bar Sawmâ es nombrado Visitador General en tanto que su discípulo Bar Marcos es nombrado Obispo Metropolitano de Catay (China).
Ambos posteriormente se retiran un tiempo al monasterio de San Mikael de Tar’ib para descansar y meditar.
Sin embargo, la providencia cambió para Bar Marcos en 1281. El antiguo patriarca Mar Denhâ I muere y el antiguo discípulo de Bar Sawmâ es elegido como nuevo Patriarca de Oriente en un conclave de 11 obispos llegados de toda Asia. Bar Marcos se llamará ahora Mar Yahballaha III.
Aunque inicialmente Mar Yahballaha III estuvo a punto de renunciar por su desconocimiento del siriaco y la doctrina escrita en esta lengua, finalmente aceptó ya que los electores le convencieron que era la persona más idónea para tratar con los kanes mongoles debido a que conocía la lengua, cultura y tenía el apoyo y trato con ellos, tal como hemos visto con Abaqa Khan.
Tras ser investido como nuevo Katholikós en el otoño de 1281, Abaqa Khan llegó a Bagdad y ambos líderes se encontraron. El iljan le da regalos, le confirma en su cargo y le da potestad para recaudar impuestos entre los monasterios y el clero nestorianos.
Al poco tiempo, Mar Yahballaha III gozaba de gran prestigio en el Imperio Bizantino, entre los Estados Latinos de Oriente y el iljanato de Persia y comenzó a ser consultado en diversos asuntos políticos y mundanos.
Poco tiempo después, Abaqa Khan moría sucediéndole su hermano Ahmad Takudar. Este príncipe mongol (que había sido cristiano con el nombre de Nicolás) se había convertido al Islam por influencia de su consejero el Sheykh Shams ud-Din.
En los primeros meses de este nuevo reinado dos obispos instigaron contra Mar Yahballaha III y Bar Sawmâ acusándoles de desprestigiar a Ahmad Takudar ante Kublai Khan y de estar a favor de Arghun Khan el hijo del fallecido Abaqa Khan y sobrino de Tekudar. El katholikós negó estas acusaciones y pasó más de un mes en prisión. La madre de Ahmad Takudar intercedió por el clérigo. Finalmente, buscando pruebas trajeron ante el rey los escritos de Yahballaha III y tras examinarlos, vieron que no contenían nada contra el khan Ahmad.
Se descubrió que los dos obispos querían repartirse los cargos de Katholikós y Visitador que ostentaban los dos clérigos uyghures y que todo era una injusticia. Finalmente, Mar Yahballaha III fue repuesto en su cargo y le fue concedido una pêthîjâ o salvoconducto. Poco tiempo después el katholikós dejaba la corte de Ahmad rumbo a Arni y a Maragha en los dominios de Arghun Khan.
Ahmad Tekudar presentó batalla contra Arghun Khan e invadió los dominios de éste segundo con la idea de apoderarse de Bagdad, matar a posibles candidatos y nobles que supusieran una amenaza (incluyendo al katholicós uyghur Mar Yahballaha III) y de paso, convertirse en califa del Islam. Sin embargo, Ahmad fue derrotado tras varias campañas y, tras ser capturado, fue muerto en 1284, despejando el camino para que Arghun Khan ampliara sus dominios y el poder real.
El nuevo rey recibió el homenaje de la comunidad nestoriana de su iljanato con el katholikós al frente. Arghun Khan le dio su apoyo real y el prestigio de Mar Yahballaha III creció de nuevo, hasta convertirse en uno de los consejeros del khan. La nueva etapa de gobierno de Arghun Khan se caracterizó por la tolerancia y el apoyo hacia la comunidad cristiana oriental.
Hacia 1285, Arghun Khan, deseaba ampliar su reino hacia el Oeste y forjar una alianza mongol-franca contra los Selyucidas y Mamelucos musulmanes. Todavía en Tierra Santa sobrevivían en estos años algunos Estados cruzados allí: el Reino de Jerusalén, el Condado de Tripoli y el reino armenio de Cilicia (un reino autóctono bajo protección papal y de los francos de Lusignan), y por otro lado, el Imperio Bizantino. Ese año, envió una embajada ante el papa Honorio IV encabezada por el nestoriano de origen asirio Ise Tarsah Kelemechi para intentar establecer una alianza contra los mamelucos y a cambio, mongoles y francos se repartirían Egipto y la Gran Siria.
Dos años después, en 1287, Arghun Khan decide enviar de nuevo una nueva embajada a Occidente y pide consejo a Mar Yahballaha III quien elige a Bar Sawmâ como emisario quizás por su pasada experiencia diplomática y también por ser políglota. Sin embargo, recordemos que Sawmâ sólo hablaba turco, persa y chino por lo que le asignaron a tres compañeros de viaje e intérpretes para hacerse comprender entre los francos: Sabadino, arconte de la Iglesia Oriental, el genovés comerciante e intérprete Tommaso d’Anfossi y un italiano llamado Ughetto.
A modo de acreditación y presentes diplomáticos, Bar Sawmâ llevaba consigo dos “pukdanas” o cartas de presentación para los reyes francos y el de Bizancio, oro y un salvoconducto (pêthîjâ). Por su parte, Mar Yahballaha III le dio presentes y una carta personal para el Papa de Roma.
El libro de viajes de Bar Sawmâ cuenta la dificultad que los dos clérigos uyghures encontraron para despedirse y que lo hicieron entre lágrimas.
EL VIAJE A EUROPA COMIENZA: BIZANCIO, SICILIA, NÁPOLES:
Bar Sawmâ y sus nuevos compañeros de viaje inician un periplo por tierra en 1287 que los llevan a través de Armenia hasta el Imperio de Trebizonda y desde allí hasta Simisso en la costa turca del Mar Negro. Desde Simisso, llegan por mar a Bizancio donde admirna sus monumentos y en especial la gran Basílica de Santa Sofía. Allí Bar Sawmâ se encuentra con el basileus o emperador bizantino Andrónico II.
Desde Bizancio se dirigió por mar en una travesía que duró dos meses y que se hizo a través de Creta, las islas griegas hasta Sicilia en donde es testigo de la erupción del Etna (18 de Junio de 1287), cuyo volcán es descrito en estos términos:
“…vio [Bar Sawmâ] una montaña desde la que el humo subía todo el día y en la que el fuego se mostraba en la noche. Y nadie era capaz de acercarse a la zona de la montaña debido al hedor de azufre [que de allí procedía]. Algunas personas dicen que hay una gran serpiente allí”.
Esas fechas coincidían en Sicilia y el Sur de Italia con las consecuencias de las Vísperas Siciliana y Francia y Aragón se hallaban en continuo conflicto.
Días después de pasar por Sicilia y tras dos meses de navegación, el 24 de Junio de 1287, es recibido en el reino de Nápoles por el rey (a quien llama Bar Sawmâ, Irid Shardal, una posible adaptación fonética del italiano Il re Carlo di Angiù. Sin embargo es muy probable que se tratara de Roberto I de Anjou, ya que Carlos II estaba prisionero y no fue liberado hasta un año después) quien le ayuda económicamente. Coincide en el tiempo con la llamada Batalla naval de los Condes (o de Sorrento) entre las tropas del regente de Francia y las del rey de Aragón (Irid Arkon -del italiano, Il re di Aragón-, como le llama Bar Sawmâ), comandadas por Roger de Lauria, que provocó tal como recoge el libro de viajes unas 12.000 víctimas.
Desde Nápoles, la comitiva de Bar Sawmâ continuó su viaje a caballo hasta Roma. En mitad del camino conocen la noticia de la muerte del papa Honorio IV.
LLEGADA A ROMA:
Cuando llega a Roma, Bar Sawmâ envía un mensaje a los cardenales reunidos en cónclave para elegir un nuevo papa comentando los motivos de su viaje y estos les reciben en audiencia.
El libro de Bar Sawmâ es prolijo a la hora de contarnos los detalles de este encuentro y de las preguntas que le hicieron al embajador del rey Arghun Khan entre otras algunas relativas a su procedencia, su misión dentro de la Iglesia Nestoriana o su visión del dogma católico desde el cristianismo nestoriano oriental. Él les responde también que ha sido enviado como embajador por su condición de fe y por ser clérigo y les menciona la presencia de gran número de mongoles y turcos ya bautizados.
Tras visitar numerosos lugares santos de Roma como la Basílica de San Pedro y las iglesias de San Pablo o San Esteban, Bar Sawmâ y su comitiva deciden continuar su viaje a Europa mientras esperan la elección final del nuevo papa.
Un sacerdote nestoriano del siglo VIII
POR LA PENÍNSULA ITALIANA:
Toscana es la nueva etapa del viaje de Bar Sawmâ y desde allí el viaje lo continúan hasta Génova donde pasa el inverno del 1287-1288 y visita sus lugares religiosos como la Iglesia de san Lorenzo.
Desde Toscana, posiblemente a través de Lombardía (que en el Libro de Viajes se llama Onbar) cruzan los Alpes.
PARÍS: EL ENCUENTRO CON FELIPE IV EL HERMOSO:
Tras un mes de viaje hasta París, en Francia, la comitiva de Rabban Bar Sawmâ llega a las cercanías de París donde son recibidos con mucha pompa y escoltados por soldados y uno de los hombres importantes del rey Felipe IV el Hermoso quien les aposenta en la ciudad del Sena.
Tres días después de su llegada a París, el monje nestoriano es recibido oficialmente en audiencia por el rey en persona haciéndole entrega de la carta personal de Arghun Khan y los regalos diplomáticos que lleva consigo, joyas y sedas. Hablan de posibles planes y estrategias para tratar de reconquistar Jerusalén de manos musulmanas.
Bar Sawmâ permanece un mes en París donde nos menciona lugares como Saint Denis y posiblemente la Universidad de París y algunas escuelas en donde se imparten asignaturas como Teología y otras ciencias profanas como la Oratoria, Medicina, Astronomía, y la Geometría y que tienen el apoyo real.
Finalmente el rey francés le promete enviar con él a un emisario, el noble Gobert de Helleville, para ser su representante ante los mongoles y le colma de regalos y dinero.
BURDEOS: EL ENCUENTRO CON EDUARDO I DE INGLATERRA.
La siguiente etapa del viaje de Bar Sawmâ le lleva hasta Burdeos donde se encuentra con Eduardo I de Inglaterra quien se muestra también partidario de apoyar una alianza franco-mongola contra el Islam pero que a la postre, queda en palabras vacías al verse imposibilitado por las guerras que mantiene contra los galeses y escoceses en su reino.
El rey de Inglaterra les da regalos y dinero para los gastos del viaje. La comitiva pasa en Génova el invierno. Allí coinciden con un visitador de origen alemán quien comenta a Bar Sawmâ que le conseguirá una audiencia con los cardenales en Roma.
DE VUELTA A ROMA: ENCUENTRO CON EL PAPA NICOLÁS IV.
Entretanto, en febrero del 1288 es elegido el nuevo papa, Nicolás IV.
Al final del invierno, la comitiva reemprende el viaje. En alguna de las etapas en su camino hacia Roma, se le unen a la comitiva de Bar Sawmâ el representante del rey francés, el noble Gobert de Helleville, su ballestero mayor Audin de Bourges y los clérigos Robert de Senlis y Guillaume de Bruyères. Tras quince días de viaje, llegan a Roma.
Allí, Bar Sawmâ recibe un mensaje del nuevo Papa quien desea recibirle. El papa recibe al viajero uyghur quien le da los regalos enviados por Mar Yahballaha III así como las cartas de Arghun y el patriarca nestoriano. Para su estancia en Roma Nicolás IV le proporciona una mansión y sirvientes.
En el Domingo de Ramos de 1288, Nicolás IV celebra misa con mucho boato y da la comunión a Rabban Bar Sawmâ quien recibe también el permiso del papa para celebrar la misa según el rito nestoriano oriental.
Durante su estancia en Roma, Bar Sawmâ fue testigo de los distintos actos de la Semana Santa allí celebrados. En su libro nos describe la gran afluencia de peregrinos esos días, las misas con el Lavatorio de pies, la celebración de la misa de la Santa Cena, la Bendición Pascual a los cuatro puntos cardinales a los feligreses y especialmente, los apasionados debates teológicos que mantiene con los cardenales de Roma.
DE VUELTA A BAGDAD:
Caravana de Oriente que está en el Atlas Catalán de Cresques de 1375.
Tras pasar un tiempo en Roma y a pesar de que el Papa deseaba que se quedase, Bar Sawmâ decide que es tiempo de partir y volver a Bagdad. Nicolás IV le hace entrega como regalo una tiara de oro, reliquias, vestiduras ricas litúrgicas y un sello para Mar Yabhallaha III, acreditándole como Patriarca de todo Oriente.
No conocemos las etapas del viaje en el camino de vuelta ya que no nos las menciona el libro de viajes de Bar Sawmâ, pero pudo ser por una ruta parecida por la que parece que pasó de nuevo por Bizancio haciendo una breve estancia para llegar a a Bagdad tras un dificultoso viaje de varios meses.
Ya en Bagdad fue calurosamente acogido por el rey Arghun Khan y Mar Yabhallaha III a quienes hizo entrega de las cartas y regalos diplomáticos que los reyes francos y el Papa habían dado para ellos y a quienes también informó de las vicisitudes de su viaje y el resultado de sus gestiones políticas como embajador del ilkhanato.
Unos meses después de este año de 1288, Rabbán Bar Sawmâ es llevado a la corte itinerante del kan, en realidad un “ordo” o campamento mongol. Arghun hace llamar también a Mar Yabhallaha III quien vuelve a coincidir con su antiguo maestro. Allí en este campamento Arghun ordena celebrar un banquete que dura tres días tras los cuales Bar Sawmâ es nombrado encargado y mantenedor de la iglesia instalada en el campamento de Arghun Khan..
El largo viaje de misión diplomática que hiciera Bar Sawmâ a Occidente siguió dando sus frutos y la correspondencia entre Arghun y los reyes francos continuó entre Oriente y Occidente.
De 1289 es una misiva enviada por Arghun para el rey francés Felipe IV el Hermoso a través del comerciante y diplomático genovés Buscarello di Ghizolfi en la que se menciona a nuestro viajero y monje uyghur y que nos da unas pistas de los temas que continuaron tratando vía diplomática el kan mongol y el rey francés en esa búsqueda de una alianza para una cruzada, y posiblemente en estos años Bar Sawmâ tuviera también algo que ver pues se mencionan a sus mensajeros. Es interesante ver cómo la carta tiene alusiones no sólo cristianas sino frases propias del taoísmo chino como “el Cielo sea adorado” o “el año del Buey”:
“Bajo el poder del cielo eterno, (este) es el mensaje del gran rey, Arghun, al rey de Francia ..., dijo: He aceptado la carta que fue enviada por los mensajeros bajo Saymer Sagura (Rabban Bar Sawmâ), diciendo que si los guerreros de Il Khaan (Iljanato) invaden Egipto, tú les apoyarías. También queremos prestar nuestro apoyo a ir allí para final del invierno del año del tigre [1290], el Cielo sea adorado, y establecernos en Damasco en el comienzo de la primavera [1291].
Si envías a tus guerreros con lo prometido y conquistases Egipto, el Cielo sea adorado, entonces te daré Jerusalén. Si alguno de nuestros guerreros llegara más tarde de lo convenido, todo será inútil y nadie de nosotros se beneficiará. Si podéis cuidar por favor de darme vuestras impresiones, yo también estaría muy dispuesto a aceptar alguna de las muestras de la riqueza francesa con las que vos cargáis a vuestros mensajeros.
Os puedo enviar esto a través de Buscarello y digo: Todo se conocerá por el poder del cielo y de la grandeza de los reyes.
Esta carta fue escrita en el día sexto del comienzo del verano en el año del buey en Ho'ndlon ".
Sin embargo, Arghun Khan no pudo ver cumplido su proyecto de alianza franco-mongola ya que murió en marzo de 1291, quizás envenenado, sucediéndole su hermano Gaikhatu.
Rabbân Bar Sawmâ en estos años era ya muy anciano y las estancias en el campamento u “ordo” mongol en pleno desierto se le hacían largas e insoportables. El nuevo rey ordenó hacerle en Maraghah una iglesia en honor de Mar Mari y Mar George a la que donó todas las vestiduras y tesoros litúrgicos de la iglesia que había en el campamento mongol así como numerosas reliquias. En la construcción de esta iglesia también intervino el Patriarca Mar Yabhallaha III quien ayudó con donaciones para que la iglesia se sostuviese económicamente. La nueva iglesia recibió la visita de Gaikhatu varias veces quien agasajó al Patriarca con numerosos regalos.
MUERTE DE RABBAN BAR SAWMÂ (Enero de 1294)
Con la obra ya concluida, pudo ser en este periodo cuando Rabban Bar Sawmâ escribió, posiblemente en persa, el libro El Viaje al Gran Occidente que hemos estado comentando a lo largo del artículo.
También la iglesia de Maraghah estaba ya terminada cuando Bar Sawmâ pasó de nuevo al servicio de Mar Yabhallah III y se fue a vivir a Bagdad.
Parece que estando en un festejo organizado por Baydu, primo de Gaikhatu, Bar Sawmâ se sintió indispuesto y cayó al suelo víctima de la fiebre.
Debilitado de salud, se despidió de Baydu y se dirigió a Arbil y de ahí, con la enfermedad más agravada, fue trasladado a Bagdad.
A pesar de los cuidados y los intentos de curarle, la enfermedad se complicó aún más, aunque pudo vivir lo suficiente como para poder ver por última vez a su antiguo discípulo Mar Yahballaha III.
Finalmente, Rabban Bar Sawmâ falleció en enero de 1294 en Bagdad siendo llorado y velado durante tres días por Mar Yahballaha II y por toda la comunidad nestoriana bagdadí en general.
VALORACIÓN DE LA MISIÓN DIPLOMATICA DE BAR SAWMÂ:
A pesar de que los intentos de establecer una alianza franco-mongola quedaron en el tintero a causa por un lado por los problemas internos por los que pasaban Francia e Inglaterra y por otro, las luchas dinásticas entre los distintos kanatos, el viaje de Rabban Bar Sawmâ a Occidente no deja de ser interesante porque es la visión en primera persona, y quizás la primera conocida, de un hombre oriental, de la Lejana China, sobre el mundo medieval europeo.
Si Arghun Khan no hubiera muerto tan tempranamente en marzo de 1291 se podía haber fraguado una alianza que habría cambiado el curso de la Historia en Medio Oriente. Sin embargo, esta muerte precedió en sólo unos meses a la caída de San Juan de Acre ese mismo año y supuso el avance imparable de los mamelucos por todo lo que hoy es Tierra Santa y Mesopotamia.
Mientras tanto, el Islam comenzaba también a avanzar dentro de los diferentes kanatos de lo que fue el Imperio Mongol, tanto que incluso el propio hijo de Arghun Khan, Ghazan, acabó convirtiéndose al Islam adoptando el nombre de Mahmûd con lo que también fue el principio del fin de la segunda edad de oro del nestorianismo asiático en el siglo XIII, que poco a poco fue relegado al estatus de minoría religiosa desde entonces hasta nuestros días.
(Desconocido)
Viajeros provincianos:
En 1794 el escritor saboyano, aunque ruso de adopción, Xavier de Maistre escribió un delicioso relato, Viaje alrededor de mi habitación, en el que se describe de modo autobiográfico la vida de un oficial que, obligado por una convalecencia a permanecer 42 días encerrado en su cuarto, viaja con su imaginación por un territorio riquísimo en referencias y en pensamientos. El protagonista del texto es un verdadero cosmopolita, un ciudadano del mundo en el sentido literal, a pesar de que está recluido entre cuatro paredes. Me acuerdo con frecuencia del libro de Xavier de Maistre cuando escucho los balances que muchos hacen de sus travesías del mapamundi en viajes organizados, y en los que se plantea una situación inversa a la del argumento literario de aquél: recorren vastos espacios pero su imaginación —o su falta de imaginación— los atrapa en un territorio pobrísimo, tanto en referencias como en pensamientos. Consumen grandes cantidades de quilómetros aunque, como viajeros, atesoran una escasa experiencia de sus viajes. Son, por así decirlo, la vanguardia de los provincianos globales y, en ningún caso, al contrario del oficial convaleciente de Xavier de Maistre, son cosmopolitas ni aspiran a serlo.
El provinciano global es una figura representativa de una época, la nuestra, que empuja al cosmopolita hacia una suerte de clandestinidad. El cosmopolita, personaje en extinción, o quizá provisionalmente retirado a las catacumbas del espíritu, es alguien que desea habitar la complejidad del mundo. Es un amante de la diferencia, ansioso siempre de explorar lo múltiple y lo desconocido para volver a casa, si es que vuelve, con el bagaje de los sucesivos saberes que ha adquirido. El cosmopolita, al no soportar la excesiva claustrofobia de la identidad propia, busca en el espacio absorto de lo ajeno aquello que pueda enriquecer su origen y sus raíces. El hijo pródigo de la parábola bíblica encarna a la perfección ese anhelo: el conocimiento de los otros es finalmente el conocimiento de uno mismo. El cosmopolita quiere saber.
El provinciano global quiere acumular mientras, simultáneamente, elimina o aplana las diferencias. Hay muchos signos en nuestro tiempo que señalan en esa dirección, sin que se adivine cómo el que todavía posee la vieja alma del cosmopolita pueda oponerse. Por su espectacularidad y por su carácter reciente el turismo de masas es, sin duda, uno de esos signos. Cada vez se elevan más voces proclamando el carácter pandémico de un fenómeno que, paradójicamente, en sus inicios se consideró liberador porque el igualitarismo del viaje parecía la continuación lógica de la creencia ilustrada en el igualitarismo de la educación. Sin embargo, cualquiera que se pasee por las antiguas ciudades europeas o, con otra perspectiva, por las zonas aún consideradas exóticas del planeta, puede percibir con facilidad el alcance de una plaga que está solo en sus comienzos. Los centros históricos de las urbes ya son casi todos idénticos, como idénticos son los resorts en los que se albergan los huéspedes de los cinco continentes. La diferencia ha sido aplastada, dando lugar al horizonte por el que se mueve con comodidad el provinciano global.
Con respecto a la información —otra de nuestras deidades, si no la principal— Heráclito, hace 2.500 años, ya dejó dicho que no proporcionaba la comprensión. No parece probable que variara de posición, deslumbrado por nuestras tecnologías. La misma paradoja que afecta al turismo masivo, enfermo de velocidad y cuantificación, afecta a esa humanidad más informada que nunca pero proclive a la amnesia. Como lo demuestran hechos recientes, tal las guerras de Siria o de Ucrania, es imposible que la llamada opinión pública sepa tan poco de aquello que debería saber tanto en la era de la información total. El provinciano global quiere disponer de resortes informativos, si bien es dudoso que quiera saber. Quizá tampoco está en condiciones de hacerlo. Aquellos que detentan el poder, dirigentes políticos y económicos, están en la misma situación. Cuando a menudo nos lamentamos de la falta de estatistas en la política mundial aludimos, en realidad, al dominio del provincianismo global.
La desfiguración de la cultura cosmopolita puede ser clave a la hora de entender buena parte del desconcierto actual. Lo que hemos denominado globalización, vinculada a las grandes migraciones y a las nuevas tecnologías, ha sido, en parte, un fenómeno fructífero, al poner en relación tradiciones ajenas entre sí y al facilitar nuevas posibilidades frente a la desigualdad; no obstante, paralelamente, ha supuesto una devastación cultural de grandes proporciones al destrozar buena parte del sutil tejido de la diferencia. La uniformidad socava los alicientes que alberga toda visión cosmopolita.
Una de las grandes metáforas de este proceso en nuestra época es la rápida, universal y consentida mutilación de centenares de idiomas en favor de un idioma avasalladoramente hegemónico. Con toda probabilidad, hace solo tres décadas, nadie se hubiese aventurado a insinuar que para participar en un congreso en Lisboa sobre Camões —poeta nacional portugués— había que intervenir en inglés, o que en cualquiera de nuestras universidades se puede asistir al espectáculo de que un profesor explique a Baudelaire o a Goethe en medio inglés a un público estudiantil que entiende el inglés a medias. Y aún menos, desde luego, se hubiese podido imaginar que se llegaría a la situación de que un entero país —Corea del Sur— pretenda alcanzar a poseer el inglés, como nueva lengua propia, mediante el ingenioso método de llevar a las embarazadas a clases en aquel idioma, de modo que el feto pueda ya adaptarse a lo que prima en el cada vez más reducido universo lingüístico. Obviamente no tengo nada contra lo que los cursis llaman “lengua de Shakespeare” sino contra el reduccionismo que, al maltratar a todos los demás idiomas, también empobrece a la propia lengua inglesa: recientemente, un catedrático de Oxford me contaba que, mientras la mayoría de sus colegas apenas conocen otros idiomas que no sean el suyo, los escritores británicos contemporáneos utilizan una lengua drásticamente empobrecida.
Este sería un buen retrato del provinciano global: aquel que aspira a hablar un solo idioma, lo más utilitario posible, sin importarle la destrucción de los mundos que habitan en los otros idiomas; aquel que se mueve continuamente de aquí para allá, obseso coleccionista de imágenes, al tiempo que es incapaz de fijar la mirada, y no digamos el pensamiento, en paisaje alguno; aquel que está permanentemente informado con aludes de noticias y mensajes que sepultan su capacidad de comprensión. Es posible que un individuo de tal naturaleza se considere a sí mismo un cosmopolita. Pero vive en una pequeña aldea que ha confundido con el mundo.
(Rafael Argullol, 02/01/2016)
Gertrude Bell:
la vida y los viajes de Gertrude Bell, una de las figuras más fascinantes e influyentes del siglo XX en
Oriente Medio, a menudo descrita como la "Reina sin corona de Irak". Su vida fue una mezcla de exploración, arqueología, espionaje, política
y escritura.
Primeros Años y Educación (1868-1892)
* Origen Privilegiado: Gertrude Bell nació en 1868 en una familia industrial muy rica y progresista de Inglaterra. Esta independencia
económica le permitió financiar sus propios viajes y vivir una vida que desafiaba las convenciones victorianas para las mujeres.
* Educación Excepcional: Demostró una inteligencia brillante desde joven. Fue una de las primeras mujeres en estudiar en la Universidad de
Oxford, donde se graduó con los más altos honores en Historia Moderna en solo dos años, una hazaña intelectual notable para la época.
Los Primeros Viajes y la Fascinación por Oriente (1892-1905)
* Descubrimiento de Persia: Su primer viaje a Oriente fue en 1892 a Teherán (Persia, actual Irán), para visitar a su tío, que era el
embajador británico. Aprendió persa y quedó profundamente enamorada de la cultura, los paisajes y la gente de la región. Esta experiencia
marcó el rumbo del resto de su vida.
* Alpinista de Renombre: Antes de dedicarse por completo al desierto, Bell fue una alpinista audaz y respetada. Escaló numerosos picos en
los Alpes, varios de los cuales llevan su nombre (como el "Pico de Gertrude"), y sobrevivió a una ventisca atrapada en una cuerda durante
más de 50 horas, lo que le dio fama de mujer intrépida.
* Viajes por el Mundo: Realizó dos viajes alrededor del mundo, pero su corazón siempre la llevaba de vuelta a Oriente Medio.
Las Grandes Expediciones y el Trabajo Arqueológico (1905-1914)
Esta fue la época de sus viajes más importantes y peligrosos, en los que se consolidó como una experta en la región.
* Exploradora del Desierto: Realizó múltiples viajes a través de los desiertos de Siria, Mesopotamia (actual Irak) y Arabia. Viajaba con
caravanas de camellos, a menudo como la única mujer europea, y se ganó el respeto de las tribus beduinas gracias a su valentía, su dominio
del árabe y su profundo conocimiento de sus costumbres y linajes.
* Arqueóloga y Cartógrafa: No era una simple aventurera. Sus viajes tenían un propósito científico. Fotografió y documentó ruinas antiguas,
como la ciudad-palacio de Ukhaidir en Irak, y sus mapas y observaciones fueron de un valor incalculable. Se convirtió en una arqueóloga
respetada por derecho propio.
* Viaje a Ha'il (1914): Su expedición más audaz fue a la ciudad de Ha'il, en el corazón de Arabia, un lugar prohibido para los extranjeros y
bajo el control de la poderosa familia Al Rashid, rivales de los Al Saud. Fue detenida durante un tiempo, pero su audacia y habilidades
diplomáticas le permitieron salir ilesa.
La Primera Guerra Mundial y el Papel Político (1914-1921)
* Espía y Estratega: Cuando estalló la Primera Guerra Mundial y el Imperio Otomano se alió con Alemania, el conocimiento de Bell sobre las
tribus árabes, sus lealtades y el terreno se volvió vital para el Imperio Británico.
* La Oficina Árabe: Fue reclutada por la inteligencia británica y se unió a la "Oficina Árabe" en El Cairo en 1915, trabajando junto a
figuras como T.E. Lawrence ("Lawrence de Arabia"). Su papel fue crucial para organizar y apoyar la Revuelta Árabe contra los otomanos. Sus
informes y mapas ayudaron a dirigir las operaciones militares británicas.
* "Khatun" en Bagdad: Tras la captura de Bagdad, fue destinada allí como Secretaria Oriental, un cargo de enorme influencia. Se convirtió en
la mediadora entre los británicos y los líderes locales, ganándose el apodo de "Khatun", una palabra de respeto que significa "Dama" o
"Reina".
La Creación de Irak y Últimos Años (1921-1926)
* Arquitecta de una Nación: El legado más duradero y controvertido de Bell es su papel en la creación del estado moderno de Irak. En la
Conferencia de El Cairo de 1921, presidida por Winston Churchill, Bell fue la única mujer presente y su opinión fue decisiva.
* Defensora de Faisal I: Abogó por la creación de un reino árabe semi-independiente bajo el mandato británico y fue la principal impulsora
de la candidatura de Faisal I (de la familia hachemita) como primer rey de Irak. Ayudó a trazar las fronteras del nuevo país, fronteras
que han sido fuente de conflicto desde entonces.
* Fundadora del Museo Nacional de Irak: En sus últimos años, dedicó su energía a preservar el patrimonio cultural del país que ayudó a
crear. Fundó el Museo Arqueológico de Bagdad (hoy Museo Nacional de Irak) y redactó leyes para garantizar que los tesoros arqueológicos
de Mesopotamia permanecieran en el país.
Murió en Bagdad en 1926 por una sobredosis de somníferos, probablemente accidental, y fue enterrada allí. Su vida fue un testimonio de
inteligencia, coraje y una profunda, aunque a veces conflictiva, relación con el mundo árabe.
(Gemini 2025)